Memorias sobre mi padre y una infancia II


No hay vidas perfectas, eso lo sé. La vida en sí ya implica múltiples problemas o dilemas. A veces hubiera querido ser otra, vestir de otra manera, interesarme en otros temas, bailar, cantar, arriesgarme, ser yo, pero sin miedo, sin este corazón que se apachurra y se endurece como la piedra. Es esta mi vida. Los libros están para hablarnos de estas relaciones conflictivas y extrañas que se establecen entre padres, hijos, familias enteras. Quizá me equivoque, pero nadie, ni el padre, ni la madre, ni los hijos están libres de culpa. Es más, ni el tiempo, que en su circularidad nos sentencia a repetirnos una y otra vez. En Los años falsos, Josefina Vicens traza el mapa de esta riña sorda contra la existencia: «Pero ¿sabes papá? Te lo digo quedito, al oído, sin que me veas, sin que nadie nos oiga. Lo que yo quisiera es: no ser el marido y el hijo de mi mamá; ni el padre y el hermano de mis hermanas; ni, por ser hijo tuyo, el amigo de tus amigos; ni el protegido y ayudante de un político; ni tu rival y tu cómplice; ni yo-tú, ni tú-yo; ni el amante a medias de Elena. Lo que yo quisiera, papá, es tener otra vez seis años y oírte decir: “vámonos a dar una vuelta”, o “verás cómo nos vamos a divertir”, o “voy a llegar tarde, hijo, pero si piensas en mí todo el tiempo tal vez regrese más temprano”».
          La lista de padres perversos es enorme, pero me quedo con el testimonio de Kafka sobre el poder irrebatible de éste. Aquí dos ejemplos:

1) «Pero también tú, en ese sentido, has atravesado períodos diversos; estuviste tal vez más contento antes de que tus hijos, y yo especialmente, te decepcionaran y te afligieran en el hogar (ya que, cuando venían extraños, eras distinto) y puede ser que ahora estés otra vez más contento, ya que vuelves a recibir de los nietos y del yerno algo de aquel calor que los hijos, con excepción tal vez de Valli, no pudieron darte. De cualquier manera, éramos tan distintos y tan peligrosos el uno para el otro en esa diferencia, que sí hubiese calculado de antemano la relación que surgiría entre nosotros, yo, el niño que se desarrollaba lentamente, y tú, el hombre hecho, hubiera sido posible presumir que tú simplemente me aplastarías bajo tus pies, que nada quedaría de mí».

2). «Eso se refería tanto a los pensamientos como a los seres humanos. Bastaba con que yo demostrase algún interés por alguna persona (cosa que, debido a mi carácter, no sucedía muy a menudo) para que tú, en seguida, sin consideración alguna para mis sentimientos ni respeto por mi opinión, te entrometieras con insultos, difamaciones y calumnias. Hombres inocentes, infantiles, como por ejemplo el actor judío Löwy, tuvieron que expiar ese castigo. Sin conocerlo, lo comparaste de un modo terrible que ya he olvidado, con un insecto; ¡y cuántas otras veces, refiriéndote a personas que me eran queridas, tuviste automáticamente a mano, el proverbio del perro y las pulgas!» 

Imagen de S. Hermann & F. Richter en Pixabay

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