No recuerdo quién me dijo que había que levantarse en poesía todas las mañanas. Imaginaba, entonces, los objetos de la casa acomodados de tal forma que pudieran permitirme la comunicación con la poesía, las ventanas, la puerta, los olores, la iluminación justo en el centro de la hoja. Con el tiempo este orden se fue perdiendo; la escuela, el trabajo, el matrimonio (glorioso) introdujeron todo tipo de alteraciones, periodos largos de silencio.
Con los años entendí que existe muy poco espacio para la escritura, el tiempo es veloz y la urgencia es una necedad que a cada segundo se multiplica. El tiempo nos aleja permanentemente de la poesía, su realidad, su desarraigo. A la postre, robar tiempo aquí y allá, arrebatarlo de los segundos entre una clase y otra o mientras se lava o mientras se plancha o mientras...
Estos días, sin embargo, nos obligan a quedarnos en casa y la escritura me parece el inicio de la armonía. La poesía para ordenar, no la casa, sino la expresión del ser. La poesía invita a conocernos/reconocernos, a buscar en nosotros mismos la serenidad, el convencimiento, el poder de la fascinación. El tiempo sede y hay un horizonte más despejado; confuso en principio, pero luego, musical, rítmico, colmado de visiones, acentuado en la orquestación de los motivos.
Hay una oportunidad para levantarse en poesía; en nuestro alrededor se acumulan las historias, las voces, los ecos; se acumulan los sentimientos por aquello que está allá afuera; se acumulan el dolor y la sorpresa. Se prefigura el poema, su fragmentación, la plasticidad de las imágenes, la fotografía del ambiente. Lo que sigue es la escritura, su exactitud para no claudicar.
Con los años entendí que existe muy poco espacio para la escritura, el tiempo es veloz y la urgencia es una necedad que a cada segundo se multiplica. El tiempo nos aleja permanentemente de la poesía, su realidad, su desarraigo. A la postre, robar tiempo aquí y allá, arrebatarlo de los segundos entre una clase y otra o mientras se lava o mientras se plancha o mientras...
Estos días, sin embargo, nos obligan a quedarnos en casa y la escritura me parece el inicio de la armonía. La poesía para ordenar, no la casa, sino la expresión del ser. La poesía invita a conocernos/reconocernos, a buscar en nosotros mismos la serenidad, el convencimiento, el poder de la fascinación. El tiempo sede y hay un horizonte más despejado; confuso en principio, pero luego, musical, rítmico, colmado de visiones, acentuado en la orquestación de los motivos.
Hay una oportunidad para levantarse en poesía; en nuestro alrededor se acumulan las historias, las voces, los ecos; se acumulan los sentimientos por aquello que está allá afuera; se acumulan el dolor y la sorpresa. Se prefigura el poema, su fragmentación, la plasticidad de las imágenes, la fotografía del ambiente. Lo que sigue es la escritura, su exactitud para no claudicar.
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