La potencia del amor corre hacia la muerte. La poesía de Félix Suárez


La poesía de Félix Suárez se centra en el corazón del hombre; un corazón lacerado por la vida misma y por la ausencia del amor. El hombre está solo y volverá a estarlo porque aunque haya llegado al reino de la felicidad, ésta es momentánea, efímera. Esta es la idea que cruza lado a lado la obra poética de Suárez. Otro aspecto importante es el manejo del poema breve que, junto con otros autores importantes, destaca por su contundencia y por invitar al lector a mirar las cosas del mundo con otros ojos. En síntesis, sacudir la costumbre.

            Félix Suárez, nació en Ixtlahuaca, Estado de México, en 1961. Poeta, ensayista y editor. Estudió Letras Españolas en la UAEM. Fue, durante más de una década, coordinador de publicaciones del IMC y director fundador de Castálida; fundador y editor de la revista literaria La Grapa. Colaborador de Arena, Blanco Móvil, Castálida, El Cocodrilo Poeta, El Financiero, La Colmena, La Jornada Semanal, Revista Universidad de MéxicoSiempre!, y Tierra Adentro. Becario del INBA, 1982, y del CTE, 1983. Presea Sor Juana Inés de la Cruz 1984. Premio de Poesía Joven Elías Nandino 1988 por su libro Peleas. Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 1997 por el libro En señal del cuerpo. El libro También la noche es claridad (Fondo Editorial Estado de México, 2015), reúne su poesía escrita entre 1984 y 2015.


Si un libro estremece, sacude, es preciso descubrir el camino trazado por el poeta. En este caso, se hace referencia al libro El amor incluso, publicado en 2011. El libro abre con un epígrafe de Jean Cocteau que inmediatamente muestra la otra cara del amor, esa que pese a su impulso vital, es dolorosa y poco a poco, aunado el paso del tiempo, el cansancio, la rutina, la desilusión, se desmorona: “Todo lo que hacemos en la vida, el amor incluso, lo hacemos en el expreso que corre hacia la muerte”.

            De acuerdo o no con la idea platónica en la que el amor, el más antiguo, el más augusto, el más capaz, puede hacer al hombre virtuoso y feliz durante la vida y después de la muerte, la poesía de Suárez, elimina toda suerte de espejismos. En efecto, ¿qué es el amor? ¿cómo solicitarlo? ¿acaso se debe mendigar? Y si hay amor, el poeta afirma, hay ceguera: “Otra vez el amor /  —uñas y dientes— / me vuelve en sus linderos / presa fácil. / Carne ciega / y palpitante”.

            Son estos los dos escenarios en que se inscribe la poesía de Suárez. O reinos, como afirma Hernán Lavín Cerda, en el texto introductorio a También la noche es claridad. La poesía brota en el momento en que la vida toca el amor y la muerte. O dicho con otras palabras: la potencia del amor corre hacia la muerte. De esta manera el poeta irrumpe en el juego de los cuerpos palpitantes. Leamos: “Holgarse con los pies hundidos en el agua. / Hartarse de los besos y los vinos de tu amada. / Saciar el corazón contrito, / la carne ciega. / Y que no haya más afán / ni más tremor en nuestros días. / Así lo ha dicho el Cohélet. / Así lo dije en mi ciego corazón desmemoriado. / Que así sea”.

            El poeta se refiere al ser que ha amado siempre y se entrega profundamente y limpio al amor, su drama, su desmesura, su disolución. Es un instante, la continuación de una breve fantasía, el vaivén de un recuerdo como se puede leer en el poema titulado “Adán”: “Recordé cuando me dormía abrazado / a ti, / a tu espalda, / y tocaba en la serenidad / tus pechos, / tu vientre, / y la noche se anillaba a nuestros cuerpos, / como una piel caliente, / escamosa, / encandecida de presagios”. No obstante, siguiendo la línea de George Bataille, una vez fuera del acto amoroso (se desplazó la cordura, el equilibrio), se abre la puerta de la incertidumbre. La soledad, el olvido, la mentira, la muerte, son amenaza. La “completud” es momentánea. Ese paraíso se volverá ceniza para recomenzar la búsqueda del amor y la búsqueda del ser mismo. Leamos: “¿Qué ha de quedar de todo esto, te digo, / después de que el amor nos queme de repente? // ¿Quién sabrá que amanecía puliendo los metales / —el oro y la plata bautismal— / en los recintos de tu boca? // ¿Qué pensarán tus hijos? // Se lo dirás tal vez a otro, alguna tarde, / mientras resurgen de la mesa los bolillos / y humea la lenta manzanilla. // Y convalece”.

            Para la poeta Ulalume González de León, la pérdida nos hace quedar a la intemperie (seres incompletos dirá Octavio Paz cuando explica el mito del andrógino): “Estar solo es perder el sitio, / Andar a la intemperie. / Dame un aquí en tu cuerpo”. Otra relación directa de Suárez es con la poesía de Luis Cernuda, uno de sus maestros decisivos. Para estos poetas, Eros no tiene una sola cara sino muchas: tierra, cosas de raigambre serena, el Amor, el Caos. En este Caos, la separación. Desde el nacimiento se está destinado a vivir la separación, no solo de la persona amada, sino la separación con nosotros mismos: “No decía palabras, // acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, / porque ignoraba que el deseo es una pregunta / cuya respuesta no existe, / una hoja cuya rama no existe, / un mundo cuyo cielo no existe. // La angustia se abre paso entre los huesos, / remonta por las venas / hasta abrirse en la piel, / surtidores de sueño / hechos carne en interrogación vuelta a las nubes. // Un roce al paso, / una mirada fugaz entre las sombras, / bastan para que el cuerpo se abra en dos, / ávido de recibir en sí mismo / otro cuerpo que sueñe; / mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne, / iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. // Aunque sólo sea una esperanza, / porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie / sabe”.


En la poesía de Félix Suárez hay una vuelta de tuerca a la tradición poética grecolatina y una vuelta de tuerca al planteamiento de los mitos. Leamos primeramente el poema “Sísifo”: “No puede dormir: un dolor / de ciegos mendicantes / le consume la espalda. // Piensa en su vida: nada que salvar; / se hunde su casa. / El sudor es vitriolo sobre el lecho vacío. // Flotan alrededor suyo, / ahogados / —pájaros multicolores—, / sus hijos, sus amigos. // Cierra los ojos un instante, / los abre una vez más cuando vislumbra ahí / —ahorcada en un gemido— / la súbita inminencia del derrumbe”. El poema funciona como metáfora de la vida contemporánea; la vida que abruma y condena a empujar día a día la dura piedra montaña arriba; una piedra inmensa. ¿Es el amor también el peso de esa piedra?

            El poema de Suárez se abre a otras interpretaciones. No sólo los personajes arquetípicos viven la condena. En la literatura, los personajes manifiestan el desdén en que viven nuestras sociedades. Aquí se debe pensar en Palinuro, personaje de Fernando del Paso o algunos personajes de Pedro Páramo de Juan Rulfo o de Enrique Serna, evocando el libro Amores de segunda mano (1991). El personaje del poema de Suárez no puede dormir: un dolor de ciegos mendicantes, le consume la espalda; el personaje piensa en su vida: nada que salvar. Si se observa, los medidantes no sirven, son placebos y nada se salva, ni siquiera la vida. El hecho no es tan simple. De fondo, la historia responde a algo tan inmenso como esa piedra que vuelve a caer infinitamente.

            Albert Camus resignifica el mito y antepone al hombre, la vida insignificante y absurda. No obstante, hay una salida, la del hombre rebelde que se enfrenta a su historia, la rechaza pero no la elude. El fondo del poema remite a otra enorme roca, la pobreza, la discriminación, el daño al medio ambiente, el avance tecnológico enfocado principalmente a los sectores altos de la población, los fundamentalismos, la globalización. Otra piedra será la historia que se traza y se hereda. ¿Qué tipo de historia será, la del eterno retorno (concepto de Nietzsche), llena de errores, sin sabores, automatismos? ¿Qué se necesita para reafirmar (acentuar) la existencia del otro? Tal vez se tenga la respuesta en el pensamiento de Søren Kierkegaard y George de Santayana. El primero escribe: “El que de esta manera se haya perfeccionado en el arte de olvidar y en el arte de recordar, podrá jugar a la —pelota con la existencia entera”; el segundo: “Quien no resuelve su pasado está destinado a repetirlo”.


Otro aspecto que maravilla en la poesía de Suárez, es aquella del verso breve, definitivo. En lengua española son muchos los poetas que han ensayado el poema breve y el haikú: Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Ernestina de Champourcin Morán, Octavio Paz, José Juan Tablada, Borges, entre otros. En la brevedad está la impresión; una impresión sin mayores detalles, una impresión pictórica y que oculta el milagro. El poeta es el mismo, pero su mirada no, porque para el poema breve la mirada se torna más aguda, por ello la fragilidad del amor, de la existencia, se proyectan de manera impresionante. Leamos: “A solas / con mi corazón / estuve, / en medio / de la noche inmensa”. El corazón es pequeño, late por el impulso-pulso necio de la vida pero está solo como la naturaleza, que también se refleja en ese otro derrumbe: “A solas / con mi corazón / estuve, / en medio / de la noche inmensa”. Tablada interpreta del mismo modo el estado del hombre en relación con el estado de la naturaleza. Leamos su haikú titulado “Hotel”: “Otoño en el hotel de primavera / en el patio de ‘tennis’ / hay musgo y hojas secas.
            Felix Suárez transfigura la palabra; la enunciación lírica es aguda observación de lo trascendente en el tiempo mismo de su realización, como afirma Porfirio Hernández en el segundo texto introductorio al libro También la noche es claridad. El poema entonces, siguiendo la idea de Hernández, resumen todos los momentos de la existencia humana, su drama.

Fotografía del autor: DigitalMex

Texto completo. Se publicó de manera resumida en Siglo Nuevo, revista cultural del periódico El siglo de Torreón.  

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