
Texto leído en el marco de la Primera Feria del Libro Región Laguna, 4-9 de noviembre de 2019. Instalaciones de la Expo Feria Gómez Palacio, Durango.
Vamos a comenzar con un ejercicio de memoria. Digo memoria porque en este juego, habrá melancolía, añoranza, deseos de volver nuestros pasos al mundo del ayer que parecía perfecto, casi un paraíso. Y la memoria, recuerden, implica emociones, colores, texturas, estremecimientos, palpitaciones. ¿Qué sucede en tu mente si digo piedra? ¿Qué sucede si digo bolígrafo? ¿Qué, si digo, el sonido de las teclas de la máquina convencional o eléctrica? ¿Qué si digo, televisión por cable o por Internet? ¿Qué, si digo, pantalla, disquete, CD-ROM, multimedia, wifi, fibra óptica, libros electrónicos, audiolibros, teléfonos y relojes inteligentes?
Si ustedes estuvieron atentos a esa
memoria, se darán cuenta que, en un instante, pasaron frente a nosotros, siglos
y siglos de transformaciones, muchas veces incomprensibles; porque, aunque
ahora tengamos más certeza de lo que implica la expresión “avance tecnológico”,
queda aplazado el rumbo que toma y tomará en las manos de quien la produce, la vende
y aplica. Por eso, puedo decir (con temor a equivocarme, siempre existe ese
temor) que la tecnología es esplendorosa, aterradora y ajena. Las llamadas TIC
(Tecnologías de la información y la comunicación, palabra que resume el proceso
de producción, tratamiento y comunicación de información presentada en
diferentes códigos (texto, imagen, sonido…) han transformado la manera de
relacionarnos con la realidad. La tecnología nos ha permitido conocer (con
acelerada inmediatez, con acelerado acierto y error) las cosas del mundo, sus
complejidades. Pero por el otro, su uso también nos enfrenta otro tipo de
problemas adversos: contaminación, agotamiento de los recursos naturales, desigualdad,
violencia producida desde el interior de la gran red, el crimen, etc.
Pero veamos el lado favorable: hay,
en este justo momento, una mayor difusión de la literatura; de todas las
épocas, los contextos, la escritura hecha desde habitaciones cerradas o
abiertas (la literatura escrita por mujeres, por supuesto), rompen las
fronteras del espacio, del tiempo y del idioma. Obras agotadas o de difícil
localización las podemos tener debido a las bibliotecas digitales o sitios web,
que respetando (y sí que deben respetar) la propiedad intelectual, funcionan
como repositorios de éstas.
Es importante señalar que la
literatura en este momento transita del formato tradicional (hablo del libro
impreso, revistas, etc.) al formato digital o electrónico, sin mayores problemas.
Pensemos un poco: ¿cuántos de nosotros llegamos al consultorio médico y mientras
aguardamos, hojeamos (ojeamos) los impresos dispuestos en la mesilla de estar y
casi de manera inmediata tomamos el celular y comenzamos a deslizar el dedo
sobre la pantalla? Si no se han dado cuenta, estamos trastocando esa frontera
(otros dirán transgrediendo) entre un formato y otro, entre un hábito y otro
asegurando, en pocas palabras, la permanencia de uno y otro.
Hagamos otro ejercicio: ¿Cómo imaginan
los momentos de inspiración y escritura de los autores de antaño? Pensemos en Cervantes,
Sor Juana Inés de la Cruz, Quevedo, Góngora ¿pueden ustedes imaginar el arduo,
doloroso, y difícil proceso de gestación de cada una de sus obras? Piensen, por
ejemplo, en estos escritores del periódico romántico, del periódico gótico, ese
escritor solitario, atormentado, sus pulsaciones creativas, sus momentos de
mayor claridad o desecación. Ahora, ¿cómo consideran que trabaja un escritor
actual? A manera de puntos, voy a exponer estas transformaciones o mutaciones,
como le llaman algunos teóricos.
1. El escritor o aspirante a escritor, a la par de escribir
en cuadernos o libretas (hay quien se aferra aún a usar estas herramientas) convive
con la pantalla, hace uso de diversas apps, consulta diccionarios, archivos
digitales, escribe y publica en los espacios virtuales destinados a ello.
Podemos hablar ampliamente de los blogs, de los foros, de estos universos que se
construyen como diarios personales, como “cuadernos de escritura”, como libros.
Parte de la obra de Remedios Zafra, por ejemplo, está concebida para leerse en
la web.
2. Las visitas a la biblioteca, a los archivos, a los
centros de investigación, se complementan con las opciones que ofrece la web y
los procesadores de texto (Word, por mencionar el más conocido).
3. Pienso en la hechura de las grandes novelas, tanto para
el autor como para el editor o impresor, el trabajo que debieron desplegar
hasta su publicación: escribir,
transcribir, corregir, volver a escribir, a transcribir... Ahora, la
flexibilidad de lo escrito es inusitada. Escribimos, ampliamos, eliminamos,
cambiamos el orden de lo escrito, agregamos marcas tipográficas, imágenes,
video, audio. Y claro, la palabra olvido detrás de todo esto: ¿Qué fue lo que
eliminé? ¿Qué lo que cambié por una nueva idea, una nueva frase? ¿No era mejor lo
escrito anteriormente?
4. Hoy es el disco duro de la computadora o la nube. Se
escribe, se corrige, se edita y, en muchos de los casos, se publica
inmediatamente. El término blognovela, se vuelve importante. El autor, mantiene
a sus lectores en la expectativa de una nueva entrega (algo que había sucedido
en la historia de la literatura. En el siglo XIX, un fenómeno que cobró mucha
importancia fue propiamente el de las novelas por entregas, también conocidas
como folletines. Bastan dos nombres Justo Sierra O’Reilly, quien publicó de
este modo la novela histórica Un año en el Hospital de San Lázaro
(1845-1846), y La hija del judío, publicada de 1848 y Manuel Payno, Los
bandidos del río frío (1845-1846), su obra clásica. Grandes novelas
extranjeras se publicarían también en este mismo formato: Los tres mosqueteros
y El conde de Montecristo de Alejandro Dumas, Los miserables de
Víctor Hugo, Madame Bovary de Flaubert.) Hernán Casciari, Gustavo
Romano, Benjamín Escalonilla, Belén Gache… son escritores que han transforman
la web en espacios de gestación estética.
5. Estamos en un
momento de abundancia creativa. Se han interiorizado los usos de las redes
sociales para producir obra. Pensemos por ejemplos en los experimentos que han
hecho los escritores Cristina Rivera Garza y Alberto Chimal a través de
twitter. Es más, pensemos en lo que implica ocupar un espacio infinito, asignarnos
un perfil, un avatar, las tantas veces que podemos modificarlo, alterarlo. Ese
otro yo, trastocado infinitamente. La propia escritura mutada, transformada, fragmentada,
continua, en bloques, en hilos.
6. El escritor (acaso aún como el
ser atormentado que sigue siendo, ¡ay, el tormento!) no está solo. Escribe en
comunidad y en colaboración. Escribimos, acaso en el salón de clase, en el
estudio de nuestra casa, en la cafetería, mientras nos desplazamos de un lugar
a otro, pero nunca solos. La escritura propia se genera mientras se observa la
escritura de otros en sus muros o timelines. Y puede haber entre estas
escrituras, sus movimientos, un juego, un itinerario, una apropiación. Aquí va
otra pregunta: ¿Son el autor y lector, coautores de una misma obra? ¿Qué obra es
la que se construye? La obra es otra, su materialidad, su movilidad.
7. La literatura, en resumidas
cuentas, ha ampliado sus horizontes. No solamente hablamos de lo escrito, sino
de aquello a lo que se le agrega otros códigos: lo visual, lo sonoro. La
literatura no es sólo libro sino software, máquina, proceso, implantación. De
ahí, su hipertextualidad, su macrotextualidad, Y una vez volvemos a la unión
entre autor y lector. Jaime Alejandro Rodríguez, propone para esta reconstrucción,
un término: escrilector.
A manera de conclusión
Cuando hablamos de literatura digital
(que si hablamos realmente de ella, de todos sus caminos, sus bifurcaciones,
nuestras sesiones se alargarían por días, semanas, meses…) estamos haciendo
referencia a una nueva forma de concebir la obra literaria; hacemos referencia
también a otro modelo de autor y lector. Leer, escanear, aprender, analizar,
son también formas que se ven alteradas por la incursión de la tecnología en
todos los niveles, hablemos de la escuela, el hogar, el trabajo, los viajes,
los momentos de ocio. Hablamos también de que el usuario de estas tecnologías
deberá adjudicarse o modelarse a otro tipo de destrezas y a ese mundo “pluridiscursivo”
y “dinámico” que se impone. Que si estamos haciendo bien las cosas, lo dirá el
tiempo y la permanencia de las obras. Esperemos que quienes escriben desde y
para la web, sean con el correr de los años, leídos tan fervorosamente como
leemos actualmente la Iliada, la Odisea, El Quijote, Ulises, El Aleph, Rayuela,
Pedro Páramo, Los recuerdos del porvenir (Elena Garro), Oficio de
tinieblas (Rosario Castellanos), El lugar donde crece la hierba
(Luisa Josefina Hernández), El libro vacío (Josefina Vicens)...
Recomendación: sobre el tema de la literatura digital vale la pena revisar los trabajos de Roger Chartier, Robert Darnton, Julio Alonso Arévalo, Doménico Chiappe, Francisco Chico Rico, F. Yus.
Recomendación: sobre el tema de la literatura digital vale la pena revisar los trabajos de Roger Chartier, Robert Darnton, Julio Alonso Arévalo, Doménico Chiappe, Francisco Chico Rico, F. Yus.
Texto publicado en La vereda, periodismo cultural en línea y El comentario, suplemento del periódico El comentario de la Universidad de Colima.
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