POEMA DE LA SEMANA El día se hace ciego (Fragmento) | Eduardo Mosches



Eduardo Mosches, el poeta mexicano nacido en Buenos Aires que este año celebra sus siete décadas y media de vida, ha escrito para esta sección cultural de Notimex los cuatro primeros poemas y los seis restantes proceden de su antología El río sin orillas / 1979-2014, poemario que el año pasado le editara la Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México. 

  

EL DÍA SE HACE CIEGO
poemas de Eduardo Mosches

DUELO

Las nubes se dispersan con el empuje
de un viento creado por aviones,
que rasga el momento  previo al desayuno.
La mesa se tambalea  junto al niño
cae el vaso y su líquido
en una estela lenta  quebradiza.
Sus ojos se impregnan de pavor
ante el sonido  duro seco  estridente
la garganta se cierra  como puerta
de metal sobre unos dedos.
La explosión hizo trizas el espejo
de sus propias facciones.
El polvillo de la casa
será acariciado con suavidad
por el sol que ha salido
como   todas las mañanas.
  

EL AROMA DOLORIDO

a la memoria de Omar Hussein Dardoura, niño asesinado en Gaza

El mar de las colinas.
Ascender en la maraña que la naturaleza teje
sortear las espinas mientras la tela de lo cotidiano
se desgarra con suavidad
rozar en la piel sudorosa calor de mediodía
en estas tierras donde el trópico se mece sorprendido
por un viento frío que llega por la puerta del atardecer.
Los granos rojizos prendidos a la planta
son desnudados por las manos febriles
que recogen con la rapidez que se les increpa.
Las bolsas engordan sus formas
al ritmo que el agua de los granos
                 fragmentos de brasas fríos
se vierte desde las manos doloridas.
El día se hace ciego
mientras el cuerpo…


EL ARPA ENLAZA EL CIELO A LA TIERRA
                            para Adriana Cao

Las dos manos entreabren sus dedos,
enhebran las primeras falanges a las cuerdas
y enlazan  los sonidos a este telar de aire,
donde chisporrotean en el vibrar de nubes
a nivel de los ojos ,
en resonancia  intensa juguetona ,
mientras el río discurre y nace
en medio de la habitación,
inunda  los sentidos,
instaura  nuevos, mientras los dedos crean figuras  etéreas
hechas materia ligera: sonorizado aire,
en el deambular hipnotizado por la música.
El cuerpo de la arpista se mueve
al ritmo que cada arpegio crea la propia felicidad,
sus pies vibran y golpetean el suelo,
hace tierra la música en ecos de balsas soneras
que navegan el río ancho color madera seca,
inundan  las aguas vertiginosas el cuerpo y las emociones
de aquellos que escuchamos,
crea otras felicidades.
Estas  cuerdas son portadoras de libertad,
movimientos del interior que copulan con fervor
con los cuerpos de los bailarines en calma.
Las manos tejen sonidos
de esta inasible tela de lo audible.
Las sonrisas se descuelgan como globos
buscan nuevos paisajes por esta tierra.


EL MONO DE LOS DESEOS

Nos rodeaba una jaula de cristal
afuera los árboles de gruesas ramas
de anchas hojas verdes
algunos pájaros revoloteaban
acerqué mi mano acaricié su cabeza pequeña
El cuerpo se movía con rapidez 
sus largos brazos negros betún
terminaban en dedos de pianista
saltó al hombro rodeó mi cuello con su cola
su respiración era rápida y frágil
ese jadear
detonó un velado recuerdo:
la higuera refugiaba mi cuerpo en la niñez
callado miraba desde la proa imaginaria de mi barco
avanzaba en  mis cuentos navegantes
para arribar a tierra nueva 
me escapaba envuelto entre las hojas
Tener a este mono entre mis brazos
sentir el palpitar  agitado de su cuerpo
ver cómo su lengua rojo claro aparecía en un  bostezo
mis recuerdos se unían en ese momento
al movimiento domesticado de este equilibrista de los árboles.
El sol creó un largo cuarzo de luz
fue a esconderse en sus ojos
un fragmento repentino de interrogación
se coló en el espejo de las preguntas
¿olerían diferente los árboles libres de sus padres?
¿en sus sueños destruirá la jaula de cristal?
Mas allá del portón de la casa
los automóviles  atraviesan
impaciente y ruidosos
los rumbos diferentes de esta vida.
bajo el techo de un pedazo de plástico
a descansar
con el calor de una tortilla.
El aroma sorprendente de una taza de café
hace volutas en alguna mesa citadina.


CONCIERTO
               en recuerdo de Esther Seligson

La música desamarra
cajones de recuerdo
pan entre infancia y manteca
barriletes perdidos por azoteas vecinales 
sonrisas descubiertas en los cabellos de mi hermana
cruzan bicicletas en praderas de vaqueros América grita y descubre a Colón
mi abuelo clava suelas de zapatos
escupiendo las tachuelas en ruso
se incrustan
en alguna calle perdida de los retratos en el incesto muy deseado
detrás de las cortinas
que alumbran combinaciones tatuadas en la piel
de tanta esquina envuelta en mis talones.
Recorrer del violín por los muslos del tango
manos acarician cortezas de niños
adolescente dibujo las caderas
en Susanas que siempre han dicho no garganta eyacula veranos
incendio en las ingles
mano de prima araña en mis raíces y el sol con todo y rayos
humedece la espalda y una maceta
de sí mismo.
Entre arrugas
vulgar sismo de velas miro a veces detrás de las respuestas.


NOCHE DE VINO Y VERDE

Los animales pequeños
olfatean y mueven sus cuerpos con la premura que el calor
del follaje reparte a los costados
y desparrama sobre sus costillas
recubiertas de olores y piel.
El verde repercute en el olfato
entrelaza matices que animan
al viento en una danza semi inmóvil trastornada
petrificado en esa gota de sudor que
derrama desde la fuente de los ojos
depositando simiente de otras miradas unen la mía con la tuya
?en una mesa en que las notas musicales
se encaraman con mucho esfuerzo
por riscos de nuestros oídos ante el caminar agitado
nervios de esta cercanía
              a pesar del humo
y gracias al vino tinto y blanco
se mancomunan moldean
unas venas y contenido
que desliza juguetón
            su penacho ardiente
en un tacto con ganas de pieles.
Sin aliento
         borboteando en silencios
las copas verdes y las ramas muertas todavía existen
bajo el mantel de la mesa
en que los codos se apoyan
al ritmo dilapidado estremecedor
de las palabras que enhebran
                            borrachas
con el jugo de nuestros labios secos.
Las páginas de los libros
y las puertas del recuerdo
se abrían y cerraban
con la misma velocidad
en que una gacela
corre despavorida en dirección
a un refugio inexistente
mientras las pezuñas vibran estremecidas
con el pensamiento de una carne
que se abre irisada de pánico.
Mi tacto se ha hundido
pesadamente
                tocando fondo
en ese blanco y ardiente despertar helado.
La yema de los dedos
se desprende en largas tiras
bandera solitaria
ante la posibilidad de aprehender
el verde.
Los ojos miran a través de sus cuencas.
El viento sigue desprendiendo ramas.
La hoja ha secado su otoño.


REACOMODO

Miro atrás del montículo
de uñas mordidas
por estos años que se reacomodan
en los ombligos del presente
tatuados por los anillos
de tanto árbol caído
en esos claros selváticos
en que dejé atrás al balbuceo en cuatro patas.
Arrastrarme o gatear
fueron momentos rudos y tiernos
en este aprendizaje.


LA AZADA SORDA

El café oscuro
tiene el sabor de las despedidas.
Los labios se perforan con tanta palabra
desea destapar ese caracolear
en el estómago
adentra profundidad en las napas más ardientes fugaces y eternas
de la sequedad
formando rebanadas de sal
en la lengua del náufrago marino.
Decir algunas cosas con simplicidad
es una búsqueda constante
me cuesta
temor a las palabras de los lunes como soledad de dos
sábanas frías y piel deshabitada.
La noche se transforma en una azada sorda que ahueca las tumbas del recuerdo.
Las despedidas amorosas
son como las cartas sin destinatario
se pueden extraviar
la duda es una estampilla con el valor injusto.
Los nudillos golpean el enrejado de la rabia
se descuelgan largas hebras de llantos
y absurdos
desmorona con lentitud
el ego envuelto en la tortuosa madeja del yo mal herido
revolcando la sangre en pastos
de las lecturas
o de un papel blanco del que cosecharán
las letras para formar muñones nuevos
en este cuerpo de venas y calambres
que sigue flotando en el constante
océano del deseo de amar.
Los árboles esperan pacientes ser transformados en troncos para balsas.


CIERTA TORPEZA

Los cuerpos esperan agazapados
tensos sus músculos
arando lento en la madeja olorosa de cada nervadura en la piel.
La conversación es ya perfume
cargado rancio animalesco
somos odres de aceite
mojamos la calma
intenta nadar
ahoga en olas
la espalda se curva
en una forma arquitectónica
totalmente momentánea.
Las uñas zarpan en busca del lago círculos se van ampliando
meteoros cruzan entre los párpados
el acero hirviendo silba con el líquido tropezones entre las cuestas
cierta torpeza de ardilla en el desierto
gorrión sobre mar
de nosotros
corretear husmeando
este iniciado intento amoroso.
Los cuerpos dejarán de tratarse de usted.


POR ÉSAS

Las rodillas tiemblan al rozar el vacío
es simple recordar
tantas almohadas con el hueco del reposo
hundir el dedo en la piel balbuceada
por esas pieles orilladas
al costado del tiempo.

Fuente: NOTIMEX

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