- Con el libro La habitación higiénica obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen Estrada, 2018
La
poesía de Mercedes Luna Fuentes tiene como punto de partida la
memoria, la destrucción del individuo, la soledad, el ejercicio
estético, la condición femenina y social. Con el libro La
habitación higiénica,
obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto
Owen Estrada (2018)
uno de los más importantes galardones que se otorga a los creativos
de esta disciplina artística. Y es La
habitación,
motivo de estas líneas.
Mercedes
Luna Fuentes es Licenciada en Administración de Empresas por la
Universidad Autónoma de Coahuila uadec. Ha participado en
suplementos culturales como Guardagujas, Papeles
de la Mancuspia, Acequias y La
casa del tiempo, así
como en antologías y festivales nacionales e internacionales. Se ha
desempeñado como jefa de cultura a nivel federal, consejera
editorial de Grupo Reforma y coordinadora de medios de la Feria
Internacional del Libro de Coahuila. En 2013, fue becaria del
Proyecto de Estímulo a la Creación y el Desarrollo
Artístico pecda en el área de creadores de poesía; en
2016, del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes feca. En
2017, obtuvo la presea Arte y Cultura otorgada por el gobierno de
Monclova. Dirige y produce el programa de radio Libros
de Arenal y
el taller de creación literaria independiente Tinta
Tomate de
Radio Concierto. Además, es coordinadora de difusión y medios de la
Coordinación General de Bibliotecas Públicas.
La
habitación higiénica, en sus primeros versos, nos presenta un
rostro que mira desde el aislamiento de la casa, su oscuridad. Sin
embargo, este aislamiento, le permite a la voz poética recrear las
visiones, esas que vienen del pasado, esas que tienen la apariencia
del universo familiar, su perfección, su dulzura, pero carentes de
estabilidad. Al principio, el rostro mira hacia afuera,
pero luego vuelve la vista hacia sí mismo, renovándose y
quebrándose al mismo tiempo. No hay fatalismos. Luna sabe manejar
perfectamente el lenguaje, sus recursos. La casa, que puede ser el
interior de quien observa, ese rostro, el lector mismo, pertenece,
pero sus paredes se irán de las manos, como los recuerdos, las
añoranzas, los sueños, los deseos, el nombre de las hijas.
La
presencia de la casa, ese cuerpo, ese espacio (evoco a Woolf,
Castellanos, Amor, Dickinson, Mistral), es pieza clave de la poesía
escrita por mujeres. La poeta de Tala (1938)
estará en un país y en una casa que no le pertenecen. Hay una
coincidencia en estas dos poetas; la casa y la vida se cortan sin
preámbulos:
Casas
en valles y mesetas / no se llamaron casas mías. (Mistral)
la
vida no legitima la vida // lo seguro en el campo de la aplicación
de su cuerpo / es la corona transparente del olvido. (Luna Fuentes)
O
casas que, siendo propias, son inseguras, túneles vacíos, como
afirma Luna en el libro Yo carnicero (2008): “fue
parte de tu plan / tu bien estructurado plan / construir túneles /
en los estantes de tu casa / para que yo asomara en ellos”:
La
habitación higiénica, está organizado en cinco estancias:
“Cimientos”, “La habitación higiénica”, “La belleza de la
madre”, “Dormitorios” y “Habitaciones en guerra”, en las
cuales la metáfora casa-habitación parece fraguar un territorio
hostil para quien la habita. Se habla aquí de lo visible e íntimo
como espacios cruzados.
De
“Cimientos” destaca el texto intitulado “De un extremo”. La
mujer cuenta los pasos desde la cama hasta la ventana, de la cama al
mueble de caoba; una mujer (que es una y todas a la vez) desgarrada
por la pérdida, sostenida por la fuerza de la aflicción. De esta
manera, los cimientos darán forma a la casa y asignarán, dentro del
plano arquitectónico, un espacio para la habitación (como se dijo
anteriormente habitación-cuerpo o habitación-cama-hospital).
El
dolor, el diagnóstico y la enfermedad activan el funcionamiento
reflexivo y sensorial. Leamos dos ejemplos: “Los enfermos comparten
/ lo familiar y legal / dos extremidades unidas / por una cirugía
vieja”; “con quien puedo nombrar / el desajuste / y la falla que
los hilos de mis errores se mueven // recibe / mis vértebras y
ligamentos / con el mareo / los ajusta // con él / abro la llave del
lavabo de piedra / donde mojo el rostro con mis insectos // única
persona a quien llamo / brillo de escalpelo // aumenta con la luz del
proyector / con la luz de la vela”.
Es
interesante analizar el proceso de la enfermedad y cómo esta,
independientemente de la relación familiar, además de crecer las
deudas, los trámites, aleja o acerca a las personas. Luna está al
tanto de este desdoblamiento, la elección de lo que se quiere ser
mientras la muerte contempla. La piel es frágil y más si está
cercana a la muerte, afirma la poeta: “Se necesita dedicación,
conocimiento para saborear el dolor aletargado de otra piel; para
sentir sin sentir su fragilidad cercana a la muerte, como el
movimiento brusco, inesperado del auto al subir la llanta sobre un
cachorro” (Elogio
a la incomodidad.
Siglo XXI Escritores coahuilenses, cuarta serie, 2011). En el segundo
ejemplo, aunque los versos carecen de grandes secuencias descriptivas
(una característica más de casi toda la poesía de Luna), bastan
dos o tres palabras para la representación sensorial. La voz
poética, el yo, se sumerge en el mareo, en el agua que moja el
rostro con insectos y remata con el brillo de escalpelo. Esta última
imagen se intensifica en las siguientes líneas: “aumenta con la
luz del proyector / con la luz de la vela”.
En
“La belleza de la madre”, la habitación-cuerpo, es metáfora de
la soledad y el abandono. A lo largo de este capítulo, prevalece la
idea de que la mujer, moradora de la casa, se dirige hacia la
desaparición: “Soy el instructivo básico para el
abandono / soy todos los cableados en el antebrazo /
que buscan la mañana // soy acometida o carne que
se activa / con el avance de su peso muerto”. Pero la mirada,
volverá al otro, ese que es víctima o victimario o cordero o lobo.
Veamos: “a veces me vuelvo niebla / porque sé que no es un hombre
/ es un gato gris / de hermosos ojos verdes / como los de los hombres
/ con boca gris delineada en negro / que sonríe / sin mostrar los
dientes”. Tanto el hombre y la mujer se transforman dulcemente en
el engaño.
Esta
parte del libro pone sobre la mesa la trágica historia de las
mujeres; un breve descuido y sobre ellas, no la culpa necesaria sino
el ápice de la culpa. Aquí se pueden plantear varias interrogantes:
¿sólo la mujer ha olvidado su papel dentro de la familia, sólo
ella está obligada a edificar una familia? ¿sólo la mujer está
destinada a ser madre, padre, hermano, hermana; sólo ella debe
preparar una y otra vez el escenario para los hijos, para el hombre;
sólo ella, poner los platos sobre la mesa? Y finalmente ¿el
suicidio —para ciertos especialistas momento de extrema lucidez—,
es otra condena?: “Abres el clóset de tus hijas / notas que han
pasado años cuando encuentras / que ellas mismas / no tú / han
ordenado los vestidos de niña en una bolsa // una madre debería
hacerlo / así es tu descuido // abre otras puertas / y bajo un
joyero está el cadáver de tus palabras / diminutas // pastillas //
blancas // alineadas // perfectas // para rodar / dentro de la palma
/ de tu mano / para rodar con la música que suena / mientras todas
en casa / duermen // sacas el cadáver de ti / lo acomodas a un
costado de las bolsas de basura / en plena calle // ahí tu vergüenza
/ ahí las dagas en forma de pastillas blancas / y mudas puertas /
que son para ti”.
La
casa se desmorona, la habitación. Ante la incertidumbre ¿qué se
puede heredar a las hijas? El poema intitulado “Mujer sobre el
techo”, conlleva además del dolor agudo, la idea de frenar la
caída fatídica. La idea es mantener a las hijas lejos de cualquier
cosa que funcione como práctica de violencia, ¿mantenerlas lejanas
del mundo? Leamos: “mujer sobre el techo de la casa
/explicándole el mundo a sus hijas // no mundo // contemplo sus pies
pequeños / los mismos que se fueron transformando en luz // en
músculos rosados // sus cabellos // no las quiero de porcelana”.
Luna
retomará la figura del cisne, tópico modernista que Delmira
Agustini coloca del lado del feminismo. Bastan los siguientes versos:
“Yo soy el cisne errante de los sangrientos rastros / voy manchando
los lagos y remontando el vuelo”. El cisne de Mercedes Luna es un
elemento activo que participa en el cuidado de las hijas; al cisne se
le confiere ese poder: “Me he comprado tres cisnes / no puedo
dejarlas / me he comprado cuadro cisnes […] las ciudades trazan
desafortunados esbozos de ellos // no mundo // yo dispondré un lago
dentro de tu alma / para que vivan y vuelen y salgan / y regresen / y
se posen sobre las manos de mis hijas / cuando me vaya.” La carga
emotiva que acompañan estos últimos versos es extraordinaria. Luna,
en el libro La
mejor forma de usar un rifle (selección
personal, Secretaría de cultura de Coahuila, 2015), aborda este
vínculo de bálsamo y miel: “Cuando mis hijas salen, pocas veces
llamo a su celular para preguntarles si han visto mis llaves.
Acaricio el tono de su voz mientras el llavero descansa en mi mano.
Esto lo digo porque un día oscuro, uno en que sentí no las volvería
a ver jamás, entraron a mi habitación con un regalo, una ballena
hecha de retazos de sus pantalones de mezclilla, una cría pequeña.
Tiene ojos del siglo XV: un par de botones dorados de mi abuela,
regalo de mi madre. Ellas lo saben todo”.
El La
habitación higiénica destacan los valores del lenguaje,
ese trabajo del espíritu como afirma Alfonso Reyes y que está
relacionado con la nota acústica de los fonemas, las sílabas, el
ritmo de las frases, las unidades melódicas, los periódicos. La
articulación de cada frase es tan precisa que se vive el poema en
primera persona. Leamos algunos versos del último texto del libro
titulado “Paseo de contemplación”: “los troncos muestras sus
venas de brasa // observo lo que ya conocemos / veo resquebrajarse /
un brazo de árbol // para que la llamarada surja / algo se rompe //
algo cede // y la chimenea no funciona / y en la sala / un paisaje de
humo se extiende entre los sillones // el fuego es una mujer que se
cubre con la mano / su propio rostro / para que la oscuridad no llegue”. Finalmente hay esperanza. En la chimenea, esa que no
funciona, arderá lo roto, lo desgarrado; arderá la habitación, la
casa, el cuerpo. Y sobre esos troncos que caen unos sobre otros, otra
mirada, retomando el título del libro, ya limpia, ya purificada.
Texto completo. Se publicó de manera resumida en Siglo Nuevo, revista cultural del periódico El siglo de Torreón.
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