(Versión resumida)
Para Dani Cervantes,
por su amor a la poesía
de Alfonsina Storni
Alfonsina Storni entra a la
historia de la literatura como la poeta que rompió estructuras ideológicas;
exigió un trato equitativo entre los géneros, partiendo del modelo de una mujer
de carne y hueso. En una vuelta de tuerca, eliminó la visión romántica del amor
y del sexo, proyectando el cuerpo femenino, su verdadero “yo”. No quiere
mujeres pasivas, sino activas en su lucha.
El
poema “Olvido”, de su libro Ocre,
resume lo que estas breves líneas ponen sobre la mesa: “Lidia Rosa: hoy es
martes y hace frío. En tu casa, / De piedra gris, tú duermes tu sueño en un
costado / De la ciudad. ¿Aún guardas tu pecho enamorado / Ya que de amor
moriste? Te diré lo que pasa: // El hombre que adorabas, de grises ojos
crueles, / En la tarde de otoño fuma su cigarrillo, / Detrás de los cristales
mira el cielo amarillo / Y la calle en que vuelan desteñidos papeles. // Toma
un libro, se acerca a la apagada estufa, / En el toma corriente al sentarse la
enchufa / Y sólo se oye un ruido de papel desgarrado. // Las cinco. Tú caías a
esa hora en su pecho, / Y acaso te recuerda... Pero su blando lecho / Ya tiene
el hueco tibio de otro cuerpo rosado.”
ROMPER ESTEREOTIPOS
Volvamos al poema “Olvido”.
Tenemos a dos protagonistas. La primera, la hablante, le advierte a la otra
(puede ser ella misma o cualquier mujer de nombre Rosa ¿o será que Rosa
representa a las mujeres de esa época?), el engaño. Sobre el dolor, su lamento
(recordemos un poema anterior: “Nos crían muy rosadas / para el buen gavilán”).
La advertencia es terminante y es la clave del poema: “Te diré lo que pasa”.
¡No más una víctima del amor romántico! Aquí, comienza la Storni que romperá
estereotipos; la Storni que cree en la transformación individual y colectiva.
Es esto quizá, el elemento que hace que se hable y se escriba tanto sobre ella.
Ocre, un libro
importante en su producción poética, marca esta transición. Si se revisa su
obra anterior, se percibe cómo poco a poco la identidad tradicional de la mujer
e incluso la presencia de las escritoras como elemento decorativo se desdibuja
poco a poco.
Es
un periodo de cambios, de revoluciones artísticas: modernismo, posmodernismo,
vanguardias. De esto dan cuenta sus libros, así como de su visión sobre la
condición de la mujer dentro de la sociedad patriarcal. Repasar ese cambio
resulta fructífero. En “Sábado”, poema tomado de su libro El dulce daño (1918), se distingue un yo lírico en la espera de ese
otro, el amado.
Pese
a la visión de la mujer que aguarda al esposo, dispuesta para complacerle o la
mujer subyugada al silencio, al espacio de la casa y la familia, el poema
ofrece un abanico enorme de imágenes sensoriales. Un poema, pues, de corte
modernista. “Levanté temprano y anduve descalza / Por los corredores; bajé a
los jardines / Y besé las plantas; / Absorbí los vahos limpios de la tierra, /
Tirada en la grama; / Me bañé en la fuente que verdes achiras / Circundaban.
Más tarde, mojados de agua, / Peiné mis cabellos. Perfumé las manos / Con zumo
oloroso de diamelas. Garzas / Quisquillosas, finas, / De mi falda hurtaron
doradas migajas. / Luego puse traje de clarín más leve / Que la misma gasa. /
De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo / Mi sillón de paja. / Fijos en la
verja mis ojos quedaron, / Fijos en la verja. / El reloj me dijo: diez de la
mañana. / Adentro, un sonido de loza y cristales: / Comedor en sombra; manos
que aprestaban / Manteles. / Afuera el sol como no he visto / Sobre el mármol
blanco de la escalinata. / Fijos en la verja siguieron mis ojos / Fijos. Te
esperaba”.
Desde la primera línea, el texto
alerta los sentidos: “anduve descalza”. La planta de los pies es un paraíso de
sensaciones, lo que se experimenta: la textura de los pisos, la temperatura de
la tierra de los jardines porque son una especie de vaho, quizá húmeda, acaso
recién llovida. La hablante peinó sus cabellos, perfumó sus manos, se vistió.
Sus sentidos están sumamente despiertos. Mira la hora en el reloj y escucha,
adentro, el sonido de la loza y los cristales. Está deslumbrada; es ella misma
en el placer, el éxtasis, y el sol como ninguno otro. Dice: “Afuera el sol como
no he visto / Sobre el mármol blanco de la escalinata”.
LA
MUJER COMO EL CENTRO DE SU OBRA
Leer
la obra poética de Storni, es validar la transformación de su discurso y de su
visión crítica frente a una sociedad androcéntrica en la que la mujer es solo
objeto de deseo y sexo.
En el libro Languidez (1920) se anticipaba la transición. Se ve así en el poema
titulado “Van pasando mujeres”. Leamos: “Cada día que pasa, más dueña de mí
misma, / Sobre mí misma cierro mi morada interior; / En medio de los seres la
soledad me abisma. / Ya ni domino esclavos, ni tolero señor. // Ahora van
pasando mujeres a mi lado / Cuyos ojos trascienden la divina ilusión. / El
fácil paso llevan de un cuerpo aligerado: / Se ve que poco o nada les pesa el
corazón. / Algunas tienen ojos azules e inocentes; / Van soñando embriagadas,
los pasos al azar; / La claridad del cielo se aposenta en sus frentes / Y como
son muy finas se las oye soñar”. La mujer es centro. Poco a poco toma control
sobre ella misma; una mujer, que como otras, no está dispuesta a repetir
patrones ni ideologías vetustas.
Uno de los recursos literarios que
destacan en esta poeta es la ironía, no como aquella que da a entender lo
contrario sino como un mecanismo para evidenciar el aspecto mezquino de la
vida; la incongruencia de los ideales, la falsa idiosincrasia de la sociedad,
la evolución abyecta del individuo.
En el poema “El hombre pequeñito”,
tomado de su libro Irremediablemente (1918),
la ironía es indispensable para lograr el reclamo abierto, la denuncia: “Hombre pequeñito, hombre pequeñito,/ Suelta
a tu canario que quiere volar.../ Yo soy el canario, hombre pequeñito,/ déjame
saltar. // Estuve en tu jaula, hombre pequeñito, / hombre pequeñito que jaula
me das. / Digo pequeñito porque no me entiendes,/ ni me entenderás. // Tampoco
te entiendo, pero mientras tanto/ ábreme la jaula que quiero escapar; / hombre
pequeñito, te amé media hora, /no me pidas más.
Ella
ha estado atrapada en la jaula, pero ahora se da cuenta, y exige que sea
liberada. No obstante, el hombre que la mantiene atrapada es pequeñito. La
jaula que funciona como metáfora es también una jaula muy pequeña. Imaginen
todo lo que gusten si se describe a un hombre pequeño, es decir, mediocre,
improductivo.
¿Por
qué se insiste en su magnificencia? Al hombre se le amó solo media hora. Es
decir, la mujer es quien decide a quién amar y cuánto amar.
En
Mascarilla y trébol, la autora rasga parcialmente la estructura
tradicional de los textos. Los sonetos se rompen, las rimas; la postura crítica
de la poeta a lo largo de sus libros se ha agudizado. La muerte es uno de sus
temas principales, tal vez como preludio de lo que está por venir: “La mañana
del 25 de octubre de 1938 las aguas ferruginosas de Mar del Plata devolvieron a
la orilla el cadáver de una mujer menuda, de 46 años, con los ojos claros y el
rostro sereno”, se lee en el prólogo a su antología Entre el largo desierto
y la mar, publicada por el fondo editorial Casa de las Américas en 1999.
Leamos:
“Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. / ponme una lámpara a la cabecera; / una
constelación, la que te guste; / todas son buenas; bájala un poquito. // Déjame
sola: oyes romper los brotes… / te acuna un pie celeste desde arriba / y un
pájaro te traza unos compases // Para que olvides… Gracias. Ah, un encargo / si
él llama nuevamente por teléfono / le dices que no insista, que he salido....
Definitivamente: voy a dormir”.
Texto publicado en el suplemento Siglo Nuevo del periódico El siglo de Torreón, año 08, 339.
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