Mientras buscaba en Internet me encontré con algunos textos inquietantes. Las historias que nos cuentan son de niños que tienen una mala impresión de las escuelas cuando debería ser lo contrario. La lectura me hace pensar en mi trabajo al frente de los grupos. En lugar de algarabía, lo que encontramos a través de la pluma de los poetas, es tedio, cansancio, repetición.
Vale la pena hacer un alto aquí porque enseñar en un aula de clase, no es tan fácil como se piensa. Es muy fácil si se mira y analiza desde fuera, e incluso, si se quiere elaborar planes y reformas desde el escritorio. Y peor aún, unificar los criterios de la educación en México. Dentro de México hay muchos "méxicos" y, por ello, dentro de un sistema, muchos modelos de formación. Basta pensar en aquellas que no cumplen con lo mínimo en cuanto a infraestructura y servicios.
¿Meter en un solo molde miles y miles de variantes? Es imposible. Entonces, no tenemos objetivos en común, ni metas a corto, mediano y largo plazo. A esto, agreguemos la vocación y, si no vocación, disposición, disciplina, responsabilidad de cada docente. En fin. Lo que importa aquí, es poder revertir el pensamiento de nuestros alumnos hacia la escuela, que se supone, debería ser su lugar favorito. Y la poesía, como una presencia innegable para encontrar en la vida un sentido. Un sentido vital y enriquecedor.
AUTORRETRATO DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
«Deserté de la Universidad, con la ilusión temeraria de vivir del periodismo y la literatura sin necesidad de aprenderlos, animado por una frase que creo haber leído en Bernard Shaw: 'Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela'. Tratar de convencer a mis padres de semejante locura cuando habían fundado en mí tantas esperanzas y habían gastado tantos dineros que no tenían, era tiempo perdido... Sobre todo a mi padre, que me habría perdonado todo lo que fuera, menos que no colgara en la pared cualquier diploma académico que él no pudo tener. La comunicación se interrumpió».
RECUERDO INFANTIL
ANTONIO MACHADO
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
JOSÉ MANUEL DE LARA
EL COLEGIO
Cuatro paredes
tiene el colegio.
Los niños gritan sin gana
lecciones, cantos y rezos,
mientras el patio vacío
repite el eco.
Sobre la negra pizarra
trazos inciertos,
y en un rincón pone un mapa
colorines polvorientos.
Todas las amplias ventanas
tienen su trozo de cielo.
Y un rayo de sol le pone
guiñas de luz a un tintero.
Lentos, cansados, monótonos,
dicen a un tiempo
montes y ríos de España,
canciones y padrenuestros,
mientras un aire dormido,
sumiso y tierno,
entre pupitre y pupitre
bosteza su aburrimiento…
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