Cuando la vida consistía



Con Víctor Manuel Cárdenas, en su memoria. 

Llegué a Torreón en el año 2003. En ese momento la vida era un revuelo o al menos eso pensaba hasta que el revuelo se hizo triste como una fotografía frente al tiempo. Nunca consideré mi vida tan lejana a mi ciudad natal en la que nunca falta el agua, los árboles, las palmeras, el rumor del mar. Y también la violencia. Las distancias entre una ciudad y otra, también me parecían inconmensurables. 

No recuerdo ni el mes ni el día, tal vez octubre. A través de la ventanilla del autobús descubrí los cerros de La cuchilla; anticipaban el final del viaje. El sol dejaba caer sobre aquel paisaje su abrazo tibio; un paisaje, por supuesto, seco, caprichoso en el afán de sobrevivir al calor y la sed. El cansancio por la mudanza y lo que vendría después, impidió que conociera la ciudad a plenitud; luego de cinco años; el entusiasmo y las ganas de vivir fueron disminuyendo y la ciudad mudaba a un color marrón más intenso. En el 2008, también estaba cansada por el papeleo, la mudanza, pero la ciudad era un cuerpo infinito que tenía que explorar.

Olvidé lo que era recorrer la ciudad a pie, en camión o en auto y mirar. Uno puede ir a todas partes sin realmente mirar nada, sólo calles, plazas acaso vacías, personajes sin gestos, sin emociones, sin historias. Descarte los pasajes helados del invierno y la escritura volvió poco a poco. Descubrí también una casa, aún más al oriente de la ciudad, donde la vegetación en mi jardín era más amigable, rodeada de árboles, arbustos y enredaderas que me llevaban, en sueños, a aquella ciudad. Reconozco que hay en esta ciudad una parte de Colima; es algo definitivo. Y ocurrió la revelación. Entiendo que éstas llegan sin anunciarse, a diferencia de nosotros, gozan de una libertad absoluta, incluso están a merced de su capricho. Era noviembre de 2014 y cruzaba hacia una de las esquinas de la calzada Colón. La tormenta estaba a punto de soltarse y así fue. Me quedé en medio de camellón y escuché después de muchos años el mar. Sabía que sólo se trataba de una alucinación pero quise alimentarla.

El viento golpeaba las hojas de las palmas (en Colima, como en otras regiones, las llamamos palmeras. La palmera es el árbol y la palma, las ramas de éste) y la melodía de las olas comenzó a improvisarse. No me cuesta nada recordar cada detalle. Las ramas de las palmas chocaban unas otras, igual como sucedía con las ramas y las hojas de los árboles, y fue como si caminara por la orilla del mar de playa El paraíso o de Cuyutlán. Escuchaba el rumor, el golpe de las olas y frente a aquel horizonte mi corazón fue un cántaro de agua salada. Corrí hasta tocar el agua y sumergirme en esa fuerza. Abrí los ojos y la calzada fue el mar pero un mar pequeño, podía estropearse si cortaba la magia de la revelación. 

***

Murió Víctor Manuel Cárdenas. Comienzo a ver ciertas publicaciones en Facebook que se refieren al suceso y me parece poco probable; una nota falsa como tantas que circulan por la red. Además, habíamos platicado recientemente. La nota se confirma horas después y la tristeza es abismal. Escucho y leo su poesía. Una poesía estrechamente ligada a lo real, al amor, a la incertidumbre, al desasosiego, a los ríos, al mar. Cerré los ojos y volví a la calzada Colón donde las palmas me habían revelado el mar pero esta vez también revelaron la ausencia. Los poemas de Víctor van y vienen en mi mente como esas olas que juegan a perseguirse o a reconocer la arena que se va con ellas. Dice: “Leí en el mar toda la noche: /Calma. Relájate. No desperdicies /pólvora en infiernitos. La vida es /apenas, una posibilidad. […] Todo comienza aquí. Tumulto /y oscuridad son páginas diarias /en los noticieros. El presente nada rige. /Voltea. Estar aquí es inventarlo todo. /Tú eres el mar”. 

Paso horas evocando la presencia del poeta, evocando su voz potente como de trueno. Es este el hecho que cambia la perspectiva de la revelación. El tiempo no se detiene y aunque pase invisible a nuestro lado, altera y distorsiona lo que uno considera negociado a muy largo plazo. No había comprendido con tanta claridad que nuestro esfuerzo es en vano para librar los días y, tocar a la mañana siguiente, una superficie que tampoco existe. El universo claro y colorido que viví bajo las palmas no existía. Era una ilusión.

Un año después de la revelación, la noticia dejó dudas y mucha tristeza: “Decenas de palmas en la ciudad enfrentan una epidemia y se encuentran en riesgo de morir. Torreón Jardín, Diagonal Reforma y algunos sectores del bulevar Revolución e Independencia, son en estos momentos “focos amarillos” respecto a la presencia de hongos que las han atacado en la raíz y en las hojas, causándoles un amarillamiento letal, que gradualmente les provoca la muerte”. Fue la noticia que publicó El siglo de Torreón, el 15 de octubre de 2015 y es la noticia que ahora vuelve como un destino que no se discute y es injusto. ¿Qué es entonces el destino? En el recipiente que llamamos “mundo”, la vida girando, su ojo desorbitado, el torbellino que nos arrastra como si ya estuviéramos muertos. Es también una relación maltrecha de sucesos. Cuando Julián Parra me solicitó un texto que hablara sobre mi sentir en torno a la pérdida “de uno de los símbolos de identidad de los torreonenses”, alrededor de 1500 palmas arrasadas por el “amarillamiento letal”, según el periódico Milenio, giraban en mi cabeza otras ideas, otra forma de hablar sobre lo fatal. Se escucharon las voces: “Lo que se necesita es un experto que venga a revisar y aplique el tratamiento correcto a las palmas”, “Necesitan agua”, “Pretexto para robarse el presupuesto de la ciudad”, “Les hace daño el agua de Peñoles”, “Hagamos una brigada para rescatarlas”. Simplemente no pude avanzar. La muerte de quien es entrañable, maestro, amigo, apoyo incondicional en mi vocación a las letras, giró el trayecto del texto. 

No hay playa, se ha esfumado. El color marrón envuelve a la ciudad; una ciudad acostumbrada a la animadversión, a todo tipo de estrategias destinadas a destruirla, a arrancarla de raíz. Me cuesta mucho regresar a aquellas calles donde alguna vez las palmas eran esa combinación colorida del sol, el desierto, la ciudad. Seguro que la vida se trata de otra cosa: fingir que los días ocurren tal como los imaginamos, tal como los estudiamos, a paso y pulso seguro. Nuestro problema empieza cuando abrimos los ojos. Perseguir largamente el recuerdo, el tronco que ha sido talado, o el cerebro (escucho tu voz Víctor: “Que el prodigio del sol te lleve siempre a la novedad”), amargamente eclipsado. 

Texto publicado en la revista Metrópolis, número 99, agosto de 2017, de la ciudad de Torreón y el Comentario semanal, suplemento cultural del periódico El comentario de la Universidad de Colima. "Homenaje al poeta Víctor Manuel Cárdenas". 


NADIA CONTRERAS (Quesería, Colima, 1976). Escritora y académica. Quedará el vacío (PinosAlados, 2017), es su libro de poemas más reciente. Dirige la revista digital de literatura Bitácora de vuelos (http://www.rdbitacoradevuelos.com.mx/). Twitter: @contreras_nadia 

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