Desde niña he tenido un sueño recurrente. Voy
caminando por la calle y de pronto ésta comienza a llenarse de agua. En el
sueño pierdo la calle y camino dentro de una alberca. No busco salir a flote, no pongo ningún tipo de resistencia. Es una especie de condena que debo cumplir justamente así. El sueño, con los años, ha agregado y quitado elementos. En esta ocasión, el agua alcanza mi cintura, mis brazos, el cuello, hasta que finalmente, quedo debajo del agua. No veo qué
vestimenta porto, sólo veo la pared
de la alberca que dentro del agua es un reflejo, un estallido. Despierto con la
respiración entrecortada y muy pocas veces con un grito. El sueño volvió, la
muerte por agua y también aquel poema de T.S. Eliot, que forma parte de su
libro La tierra baldía (1922, 1923).
Muerte por
agua
Flebas el fenicio, muerto hace dos semanas,
No recuerda ya el grito de las gaviotas, ni la mar
profunda y agitada
No recuerda las pérdidas ni las ganancias.
Una corriente
Bajo el mar llevó sus huesos entre murmullos. En
ascensos y caídas
Pasó las etapas de juventud y madurez
Internándose en el remolino.
Gentil o judío
Oh tú que llevas el timón y fijas la mirada en
barlovento,
Acuérdate de Flebas, que, como tú, una vez fuera
hermoso y esbelto.
(Traducción de Avantos Swan)
Independientemente que para las culturas como la
egipcia la muerte por agua signifique purificación y regeneración, creo que
ésta es una de las muertes más crueles. Sebastián Junger, en su libro La tormenta perfecta (Plaza & Janés,
1998) dice: El instinto de no
respirar bajo agua es tan fuerte que supera la agonía de quedarse uno sin aire.
[…] A esas alturas, hay tanto monóxido de carbono en su corriente sanguínea, y
tan poco oxígeno, que los sensores químicos del cerebro hacen con que respire
involuntariamente, sin importarle si está bajo o fuera del agua. A eso se le
llama el “punto de quiebre”.
Aunque hay críticos que advierten
una visión positiva por parte de Eliot, el poema es atroz. Flebas o Phlebas the
Phoenician es llevado (arrastrado) por el mar tal como la vida nos lleva: en
ascensos y caídas. A diferencia de quienes mueren en casa y su cuerpo o sus
cenizas quedan con la familia y existen en su alrededor un cúmulo de ceremonias
y recordatorios, quien cae por la borda al mar, está condenado, primero al
misterio, después al olvido. De esto habla Eliot. ¿Qué detiene el olvido? Nada.
Además ¿quién cuidará de aquel cuerpo? ¿quién, en esa alberca de mi sueño,
podrá cerrar mis ojos? La vida de Flebas sucede en un remolino que finalmente
lo devora y lo condena a la profundidad de la nada. Al final, sin embargo, hay
cierta esperanza: “Oh tú que llevas el timón y fijas la mirada en barlovento, /Acuérdate
de Flebas, que, como tú, una vez fuera hermoso y esbelto”. El personaje Flebas
resucitará cada vez que alguien narre su historia y regresará al mar “hermoso y
esbelto”.
¿Qué significado puede
tener este sueño para mí? No lo sé, no creo en augurios. Lo interpreto, lejos
de toda mitología, creencia, cartas, bola de cristal, como la travesía brutal que
vivimos diariamente. Pensemos, por ejemplo, en los problemas sociales que nos
oprimen, la globalización y sus consecuencias, la corrupción, el poder y los
medios de comunicación, los procesos electorales amañados, etcétera; una
travesía tan difícil como intentar respirar bajo del agua.
Coda:
El agua es una presencia constante en la poesía
mexicana. En Carlos Pellicer, uno de los más destacados poetas del grupo “Contemporáneos”,
vemos el paisaje y los ríos frente al mar. Otro poeta del agua es José
Gorostiza. Es inolvidable su poema “Pausas”:
¡El mar, el mar!
Dentro de mí lo siento.
Ya sólo de pensar
en él, tan mío,
tiene un sabor de sal mi pensamiento.
José Luis Rivas, también se inscribe en esta línea. En
Círculo de poesía, revista electrónica de
poesía (http://circulodepoesia.com/2015/06/poesia-mexicana-jose-luis-rivas/),
podemos leer un fragmento de su libro titulado Por mor del mar (Visor de poesía, 2002), del cual tomo el poema
número “XXXII”
He aquí la ninfa istmeña
La que imprime sus formas
En la retina
Sólo un segundo
Pero deja en las aguas
De mi temblante cuerpo
La gota de una dicha
De virtud homeopática
O atómica visión
El primer libro de poemas que leí de José Javier
Villarreal fue Mar del norte (Joaquín
Mortiz, 1988), con el cual obtuvo en 1987, el Premio Nacional de Poesía
Aguascalientes. Encontrarán algunos de sus poemas en la página web La guarida, Literatura de España y América Latina. (http://cosmeal.blogspot.mx/2016/12/cuatro-poemas.html).
El agua, la luz, la delicada sustancia del amor, configuran el quehacer poético
de Coral Bracho. Dejo aquí, para cerrar esta nota, un fragmento del poema “Tus
lindes: grietas que me develan”, tomado del libro Peces de piel fugaz (reeditado en la colección La centena Poesía,
2002):
Ven, acércate; ven a mirar sus manos, gotas recientes
en este fango;
ven a rodearme.
(Sabor nocturno, fulgor de tierras erguidas, de
pasajes
sedosos, arborescentes, semiocultos
el mar:
sobre esta playa, entre rumores dispersos y vítreos.)
Has deslumbrado,
reblandecido
¿En quién revienta esta luz?
Texto publicado en La vereda, periodismo cultural en línea y en El comentario, suplemento cultural del periódico El comentario de la Universidad de Colima.
Texto publicado en La vereda, periodismo cultural en línea y en El comentario, suplemento cultural del periódico El comentario de la Universidad de Colima.
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