Me tomé un respiro.
Quienes se dedican a la docencia saben que en cualquier momento, a cualquier
hora del día, se trastoca la armonía del salón de clase y lo más sano es salir
a tomar un poco de aire. Es decir, bajar el coraje, la ira. Tantas personas
reunidas en ese espacio pueden preparar y arrojar al centro de la tierra una
bomba. Tomo aire y cuando vuelvo, la mayoría de mis alumnos están trabajando.
Fue suficiente que me vieran como un ogro, aunque ellos saben que el ogro, es
sólo un personaje más de la obra de teatro que protagonizo. Treinta minutos
después la clase termina y tengo una hora libre. Luego, dos clases más de 45
minutos cada una.
A lo lejos las voces de la escuela y dentro, aquí, en el salón, mis
ideas comienzan a plasmarse en la hoja electrónica. Hace más de cuatro años escribo
en una Tablet, y uso una aplicación fantástica: Evernote. Mis ideas se
relacionan propiamente con el acto de escribir, sus espacios. Lo anterior tiene
que ver con el Proyecto Escritorio (http://proyectoescritoriojesusortega.blogspot.mx/) del escritor Jesús Ortega (Melilla, 1968). Aunque
su última entrada está fechada el día 21 de octubre de 2013, permanece vigente
para quienes queremos saber todo acerca de nuestros autores preferidos. Esta
última entrada recupera una anécdota de Raymond Carver sobre su espacio de
trabajo y sobre la escritura de Catedral.
Por supuesto, quiero seguir la lectura del libro completo porque Carver me enloquece.
El libro Carver Country, con fotos de
Bob Adelman y epílogo de Tess Gallagher, su viuda, no lo encuentro por ninguna
librería virtual. Tarea de fin de semana: conseguirlo en físico.
Más allá de las ventanas está el cielo, las copas de los árboles
altísimos. Habito en el tercer piso y eso me permite, si me pongo de pie y me
estiro un poco, una mirada panorámica sobre la ciudad. Estoy sola pero no lejos
del ambiente que me ha acompañado en los últimos dieciséis años. Si tengo
suerte nadie abrirá la puerta y fingirá “estar de visita”. Luego de la
representación fallida, lo que sé de antemano: “La miss me sacó del salón” o
“El profe no me quiere”.
Vuelvo a ese escritorio limpio, despejado, preciso de Carver y veo el
mío. Definitivamente no tengo espacio para escribir. Cuadernos, carpetas,
bosquejos de proyectos, el control de calificaciones, mi cuaderno de notas, la
computadora, se desbordan. Muevo, reorganizo y obtengo espacio. De aquí en
adelante es aprovechar al máximo la hora que se acorta segundo a segundo. Dejo
la Tablet y comienzo en la computadora. Trato de avanzar aunque las ideas no
estén del todo claras, aunque no haya orden o estructura. Sé que una vez que
hayan llegado mis alumnos retomaré en la Tablet la escritura. La aplicación se
encarga de presentar mis avances en ambos dispositivos.
Me doy cuenta que es difícil, en mi caso, concebir un lugar específico
para escribir. Voy a muchas partes y el escritorio virtual lo llevo conmigo. Me
es suficiente una pantalla, aunque pequeña y conexión a internet. Lo escrito en
los últimos años es resultado de este ajetreo, de estos momentos, demasiados
breves, que le robo a la docencia. Mi casa es ideal. Junto a la ventana está el
escritorio y en él puedo pasar horas enteras leyendo y escribiendo. No
obstante, mi peregrinaje a lo largo y ancho de la casa es de todos los días.
Comienzo a trabajar en el comedor, mientras preparo la comida y continúo en la
sala o en el escritorio o en la habitación, recostada en la cama. He tenido
días tranquilos, inesperados fines de semana en los que el tiempo se detiene
frente al horizonte de una playa o la carretera. No obstante, la lectura y la
escritura no fructifican de tal modo. En mi alrededor y dentro de mí, debe
existir un tiempo demasiado ajustado.
El mundo ha cambiado, los escritorios se mudan con nosotros como los
libros, las fotografías, la música, los recuerdos. Tiene sentido escribir así,
porque en mi caso, es como una especie de impulso, un estar a punto de. Sin
estas “carreras” no haría absolutamente nada o tal vez sí, una vez asimilado el
cambio y negándome rotundamente a los arrebatos. Si aprendí a escribir desde la
felicidad, aprenderé a escribir desde un tiempo extendido, multiplicado,
infinito. La hora ha terminado. Escucho el ruido, otra vez, eso que vibra y
estalla.
Texto publicado en La libreta de Irma Gallo
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