La Otra

 

Le dije a David que esta relación ¿se puede llamar relación a aquello que nace de uno y luego lo suplanta? no terminaría bien. El consultorio era de muebles y paredes blancas y esto me impresionó. Él, en cambio me pareció un hombre frío, ni siquiera se llevó la mano a la mejilla como lo hacen aquellas personas cuando quieren parecer embelesadas. David se portó escéptico desde el primer momento. La Otra, esa Otra, era producto de mi imaginación torcida y resentida por las catástrofes de la infancia. Para entonces, La Otra crecía dentro de mí y se apropiaba de mis actos. Con los meses, con los años, la historia cambió pero David ya no lo supo. Dejé su consultorio cuando el sol caía y los árboles ensombrecían la avenida.

Al principio, entre La Otra y yo, sucedían pequeñas discusiones, casi siempre ligadas a su carácter, a su afán de hacer las cosas a su modo. La veía crecer y era cada vez más letal. Comenzaron pues sus pequeños crímenes: dos gatos, un canario, un conejo, el perro de la señora Cruz que tanto me cuidó en mis primeros años. David, esos cuerpos están bajo la tierra, pudriéndose. Esos cuerpos son evidencia de su presencia maligna.

La Otra me dirigía y cuando yo mostraba cierta resistencia sus tentáculos me sujetaban fuertemente por la cintura o por el cuello. Una tarde en que su víctima había escapado saltando por la ventana, me tomó por la espalda, sujetó mi cabello y me arrastró hasta la bañera. Mi cabeza sumergida y ella, gozando de esa muerte por agua.

Yo era su mejor escondite, o la invisibilidad; eran mis manos y no las de ella, las que destazaban aquellas vidas. David no creyó ni una sola palabra. La Otra se gestaba dentro de mí y él permaneció inamovible en el sillón blanco. Tampoco creyó aquella vez que por teléfono le dije que ella me mostraba sus dos caras. Porque cuando La Otra no era monstruosa, se arrojaba a la cama como cualquier niño después de llegar del parque.

La Otra quería jugar y yo no estaba dispuesta a seguirla. Además, sus juegos eran cada vez más horripilantes y el número de víctimas era cada vez mayor. Ya no animales o muñecos. La Otra quería bebés, niños, mujeres. Me negué y me ofrecí como su víctima. Le dije que hiciera conmigo lo que quisiera y me tiré al sacrificio. No tenía nada que perder, en cambio ganaría algo: si me mataba ella también dejaba de existir. Tal vez. La Otra no se negó y cuando sus tentáculos se clavaron como cuchillos en mi cuerpo, vi cómo lentamente La Otra, mostrándome sus dos caras, se bañaba con su sangre. No puedo agregar más, perdí el conocimiento.

Han pasado varios días. Mi nombre está en los principales diarios y soy la noticia más importante de la televisión. Esto es lo que me dicen aquí en el hospital. La policía ha venido varias veces pero no tengo respuestas. No quiero dar respuestas. Doctor, ¿La Otra, está viva? ¿Me puede decir si está viva?

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