Escenas de ciudad


De la ciudad del mar al desierto de Torreón

Llegué al aeropuerto a eso de las siete de la tarde. El sol comenzaba a ocultarse, pero se sentía el calor aterrador de la ciudad del norte. Evoco la primera imagen, la planicie seca del polvo. Eso fue lo que vi a través del cristal. Quedé paralizada. Los árboles crecían raquíticos y sus hojas eran de un verde amarillo. Paredes sucias, difuminadas por la tolvanera.

Con mi antigua pareja –un fotógrafo obsesionado por las calles estrechas y plazas abandonadas–, me instalé en un departamento muy pequeño cerca de la central de autobuses. Yo comenzaba a entender una ciudad de aire pesado y hombres y mujeres adoloridos. Luego, años después, se desató la violencia y las balas entonces comenzaron a caer como una tormenta. En ese momento, no creía que la sangre de la violencia mancharía calles, casas, bares, la vida, la memoria. La memoria de alguna manera se guardaba como en una prisión y ahí se mantuvo por horas, días, meses. No fue posible. Para entonces, habíamos visto demasiado.

El hombre de las fotografías se ha ido y son otros ojos los que me contemplan a través de las palabras como ventanillas. Es ésta mi ciudad, el furor de sus muertes y corazones amedrentados.

Versión de lo sucedido ese día en aquel bar. Nada de lo publicado en la prensa se acerca verdaderamente a los hechos

Un grupo auto denominado “México Unido Contra los Zetas” se adjudicó la matanza del pasado fin de semana en la ciudad de Torreón, esto luego de que subieran al sitio de internet Youtube un video en donde se muestra un comunicado dirigido a todas las autoridades y a la ciudadanía en general.
En el comunicado expresan que la balacera –que tuvo lugar en el bar “Ferrie” y que dejó por lo menos 10 muertos y 15 heridos, además de los otros atentados en los bares “Ay Nanita” y “El Limbo” ocurridas la madrugada del domingo 31 de enero–, fueron tan sólo una advertencia contra las personas que pertenecen y colaboran con la banda delictiva de “Los Zetas.”

Advierten que este tipo de actos continuarán hasta que desaparezcan de la comarca lagunera todos los empresarios, funcionarios públicos, políticos y sociedad en general que colabora con este grupo. Asimismo, exponen que las personas que no tienen vínculo con esta asociación no tienen de qué preocuparse.

Un álbum familiar mientras la violencia se filtra y los grupos delictivos fundan casas de seguridad en toda la ciudad

Le pido a mi madre el álbum de fotografías. Envío especial desde su ciudad a mi ciudad. El mensajero toca a la puerta a las cinco de la tarde en punto. Me atrevo (el miedo últimamente nos obliga a ocultarnos) y lo recibo con la convulsión que nace en la punta de los pies y termina en la cabeza. La tarde, recuerdo, es tumulto de nubes. Horas después, la lluvia y la conversación que surge con mi hija sentada sobre las piernas. A insistencia tuya, le digo, está aquí el álbum de mi vida.
En la primera foto tengo cinco años. Estoy abrazada a la pierna de mi padre y el mar, al fondo. Tengo frío y he llorado. En esta otra, mira hija, tengo catorce años y no sé por qué alguien la tomó en el momento justo que levanto, como una copa, un vaso con leche. Mi hija y yo vemos y comentamos recuerdos de cumpleaños, viajes, graduaciones, carreteras, jardines, un cementerio, el mercado, la última instantánea que tomé a Clotilde y que titulé “La sibila”. Está sentada en el jardín de la casa paterna, su cabello es totalmente blanco y sostiene entre las manos un libro.

La lluvia termina y el álbum ocupa un lugar en el corazón de mi hija y otro más, en el corazón del pasado. Hoy no hay horizontes. Sólo narcomantas que penden de la palabra “Muerte”.

A esas horas de la noche tomar un taxi, señalar una dirección y saber que voy hacia ella

Distingo a lo lejos el taxi y hago la primera y única señal. Se detiene y me subo con cierto horror que vuelve  torpe mis piernas. Son las diez treinta de la noche. No suelo salir tarde de la oficina y me sorprende encontrarme ahí, en el asiento trasero de un taxi. Doy santo y seña de cómo llegar a casa y eso me da miedo. Le hablo a él y le digo que voy en camino: quiero asegurarme que quien conduce se entere que alguien espera, alguien cuenta los minutos.

Voy inquieta. Mis ojos registran cada detalle del auto y del hombre; registran la ciudad de noche, luces de las fábricas industriales, hospitales, bares y restaurantes en la gran avenida. Me siento frágil. La noche, los autos, las sirenas, los retenes, el temor violento y el asfalto que se estira negro, horizontal. Observo: la ciudad próspera se ha ido por los drenajes y me quedo con el gesto del hombre que pregunta y soy un escaparate de mentiras. Y mi cara se tuerce y mis tacones.

Me vuelvo fugitiva de mí misma y los monosílabos se apagan. ¿Y si el hombre que me lleva no fuera malo? La ventana se reduce como si estuviera dentro de un torbellino. Es la desconfianza. La vida entera resumida en la desconfianza que nos despoja de las conversaciones. Somos hombres y mujeres en la habitación del miedo. Con frecuencia digo un sí o un no, por cortesía, porque no quiero viajar con veinte uñas sujetas al asiento. Veo la casa a lo lejos. Con tanto temor, soy capaz de distinguirla entre todas las demás.

Regreso a la playa donde la maravilla de las olas ha muerto, las olas como metáfora de un país

El sol cae de lleno sobre el techo de las casas. Es el mismo espectáculo de siempre, incluso, se puede decir, el mismo espectáculo monótono de las dos de la tarde y él, de pie, oliendo el polvo del mosquitero de la ventana, mientras su mente vuela hacia un pasado limpio.

Se pone la camisa, ella no está para decidir el color, y con los zapatos a medio poner, se dirige a la habitación. Se estira hasta alcanzar la parte alta del armario y toma la maleta. Descuelga la ropa y la ordena pacientemente. El hombre ajusta los seguros de la casa y da vuelta en la primera calle. En su mente, el mar.

El autobús, le dicen, sale en punto de las siete de la tarde y llega a las once de la mañana del día siguiente. Asiente y las olas se agitan en su pecho. Duerme. En el sueño, la imagen de un niño corriendo por el malecón. Hay mucha diferencia entre el aire de la ciudad y el aire del puerto. Ahora, que ha descendido del autobús, lo sabe.

La primera vez que vio el mar le pareció enorme. Su padre le enseñó a nadar, recuerda. Luego, las visitas se hicieron frecuentes. Eran sus pies sobre la arena caliente y el eco de la voz en aquellas paredes invisibles del restaurante. Un restaurante que no existe. Ahora, todo es diferente. El puerto es otro, demasiado grande, demasiado sucio, maloliente. Su mente intenta borrar el paisaje de la infancia, pero en el intento, se siente viejo, cansado. El mar ha muerto.

Pronósticos para fin de año. Nota aparecida en el único diario de mayor circulación en Torreón. Aunque nuestro estado no forma parte de la lista, la violencia no acaba y no tiene límites. Los gobiernos, ineptos y coludidos, siempre dirán otra cosa

Un estudio del Consejo, con base en datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), señala que entre enero y agosto de 2013 se han registrado 1.130 secuestros en México, 35 más que los 837 reportados en el mismo periodo del año pasado.

Estas cifras permiten anticipar que 2013 cerrará con al menos 3 mil 600 casos de secuestro, contra 3 mil 259 reportados en 2012, un aumento del 10 por ciento. Morelos, Tamaulipas, Guerrero, Michoacán, Tabasco y Veracruz son los estados que reportan los índices a la alza.
Sin embargo, el activista Eduardo Gallo, expresidente de México Unido contra la Delincuencia, dijo que los datos son con base en plagios denunciados y “hay decenas que en este año no se han denunciado por temor de las víctimas a represalias.” Gallo acusó que la falta de denuncia se debe “a la colusión de autoridades de la procuración de justicia y de seguridad pública con los criminales.”
El Consejo afirmó que los controles de confianza a agentes policíacos no han arrojado resultados óptimos, tras darse a conocer el secuestro de un colombiano por parte de policías del Distrito Federal y la detención de 13 policías federales que formaban una banda de secuestradores en Guerrero.

Una escena

8:32 p.m. Antes de salir de casa, Mónica abre despacio la puerta y mira hacia un lado y hacia el otro. Se cerciora de que no haya nada extraño: un auto, una persona o un grupo de personas. Observa con detenimiento y decide. Sus pasos son eco tembloroso.

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