Le basta llamarse Gabriela
Tocar sus senos al amanecer.
Saber que hoy,
alguien vendrá a comprarle alientos.
Se levanta con la palabra que necesita;
todo le pesa:
las pinturas,
las mallas,
el vestido corto.
La vida parece levantarle el ánimo,
conducirla al sitio,
donde el amor extendió su imperio.
Regresa en llamas enferma de recuerdos.
Y la vida nada le ofrece.
El redoble de un tambor
le anuncia el abismo.
(Retratos de mujeres, 1999).
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