El título de este texto lo tomé de un poema de Cynthia Rodríguez Leija contenido en su libro Y no hallé cosa en dónde poner los ojos. El poema se titula “Sandra” y uno de sus fragmentos es el siguiente: “Estás ahí / fuera de ti / fuera de mí / pero dentro / muy adentro / de los huecos de la sangre”. Es decir, la tragedia se hilvana a la existencia. Nada ni nadie queda excluido. Vivir sin los contrastes de tal escenario no significa caminar a ciegas. Y menos si se habla de violencia intrafamiliar (agresiones físicas, psíquicas y sexuales) que la mayoría de las veces se invisibiliza por corresponder al espacio de lo íntimo. La tragedia está fuera de ti, fuera de mí, pero dentro, muy dentro, como para intentar borrar la memoria.
Y no hallé cosa en dónde poner los ojos, en palabras de su autora, se escribió a partir de notas periodísticas, entrevistas y expedientes judiciales. Es un libro escrito para Zoelvia, María, Lucía, Sandra, Camila, y todas aquellas mujeres que hasta el día de hoy no han podido ser identificadas. En muchos aspectos, este libro continúa la línea literaria que remonta a partir del siglo XX. Libros que abordarán la violencia imperante, las guerras, el abuso, la violación, los crímenes. Cada vez, hay un mayor énfasis en la violencia de género, enfocado principalmente en la mujer, sin olvidar que los varones también viven estas violencias y vale la pena señalarlo con letra mayúscula. Hagamos un recuento de frases y obras:
a). “No sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer, pero había escuchado historias que, con el tiempo, fui hilvanando. Anécdotas que no habían terminado en la muerte de la mujer, pero que sí habían hecho de ella objeto de la misoginia, del abuso, del desprecio.” Chicas muertas, de Selva Almada.
b). “Él le pregunta si todos los días hace lo mismo, si todos los días tiene que salir a la carretera y esperar a que alguien la lleve, pero ella le responde cualquier cosa, le pregunta si sabe cuál es el pasado simple de olvidar, y también el pasado simple de entender, pero él no recuerda esas cosas”. Racimo, de Diego Zúñiga.
c). “Los hombres son perros sin bozal perros sin sesos perros a los que domeñan sus instintos perros que a la primera se te enciman perros callejeros perros encabritados perros siempre en celo perros insensibles perros que te lamen te muerden te babean”. Las elegidas, de Jorge Volpi.
d). “Todos los días pienso en Adela. Y si durante el día no aparece su recuerdo —las pecas, los dientes amarillos, el pelo rubio demasiado fino, el muñón en el hombro, las botitas de gamuza—, regresa de noche, en sueños”. Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez.
e). ¡Basta! 100 mujeres contra la violencia de género. Antología.
f). “Avanzamos, pues. Un paso tras otro. Una palabra. Muchas más. Si no es porque perseguimos el expediente de una joven asesinada esto podría confundirse con un paseo entre semana”. El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza.
El libro de Rodríguez Leija va de la mano con aquellas obras escritas a partir de las situaciones de violencia y criminalidad que viven los espacios fronterizos: Ciudad Juárez, Tamaulipas, Nuevo Laredo, etc., núcleos de migración, mano de obra barata y violencia. Tanto por la temática y por el espacio geográfico se alinea a las voces de Micaela Solís (Elegía en el desierto, 2004); Arminé Arjona, Susana Chávez. De Chávez, asesinada el 6 de enero de 2011, imposible pasar por alto los poemas de El canto a una ciudad en el desierto: “Sangre mía de alba, / de luna partida, / del silencio / de roca muerta, / de mujer en cama, / saltando al vacío”.
Cyntia vuelve palpable el dolor, el desgarramiento, las laceraciones. Veamos algunos de sus versos: “Las costillas crujen como un muelle”, “el ladrillo contra el espejo”, “la sangre intensamente roja”, “la carne viva”.
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Diana Russell y Jill Radford en Femicide. The politics of woman killing, se refieren a “femicide” que en definición concreta es el asesinato de mujeres por hombres por su condición de mujeres.
Marcela Lagarde, política feminista y antropóloga, fue la primera mujer que usó el término “feminicidio” en español cuando la cifra de los asesinatos contra niñas y mujeres en Ciudad Juárez iban en dramático aumento entre 1993 y 2006. Cuatrocientas mujeres fueron asesinadas por hombres durante ese periodo en esa ciudad, que en ese entonces, albergaba a un millón y medio de habitantes. Gatopardo [https://bit.ly/3vJNCH9]
Lagarde usó por primera este término para referirse al asesinato de una mujer por razones de género; término que sustenta justamente todo el libro de Rodríguez Leija. Además de los feminicidios (la autora, manifiesta en entrevista que a Sandra Gómez la asesinaron mientras escribía el libro), se aborda la disgregación del tejido social, y por supuesto, el papel de la mujer, un papel moldeado por la sociedad androcéntrica acostumbrada a condicionar comportamientos y sentimientos.
Es un libro de protesta, remueve fibras y emociones haciéndonos más sensibles a la violencia, al dolor, a la injusticia, a la impunidad, a la frustración, a la impotencia.
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Leamos: “En términos de lo dispuesto... ¿Dispuesto por quién? Ni por ti ni por mí se inventaron los cuchillos de cocina, tampoco los cables tan resistentes de las lámparas, el puño voluntarioso, el contundente palo de ciegos, el martillo, el hacha, la coladera de mi sangre, tus rodillas jugando al sacrificio, las palabras encorvadas en las páginas del Diario, tu foto, mi foto en riesgo de ser sacrificada, de ser envoltura para las jaulas…”.
Los objetos son la casa, los objetos que son parte de su consonancia ¿qué o quién los dispone para el dolor, para la amenaza, el crimen? ¿En qué momento se arrojan contra el rostro, contra el cuerpo, como la ley que se manipula, se asfixia, se echa para abajo como quien arroja una piedra al vacío? Las frases cortas semejan la poca respiración que hay entre una situación y otra. No hay nada que defienda, nadie que escuche y los objetos son arrojados uno tras otro.
La casa, los objetos mismos, son sinónimos de silencio, miedo, muerte. Leamos: “Llega temprano y si por casualidad percibes un olor a gas, no creas nada, tumba la puerta, rómpelo todo, sácalo de aquí. No creas nada, Vicente. Créeme a mí, obsérvame, ya no soy la misma, no somos los mismos, ¿Quiénes somos ahora? Piensa, piensa. Ya no sabremos dónde colocar el día, ni el sano juicio”.
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Ya sea por la lectura o por la voz de la autora rescatada de diversas entrevistas en medios nacionales, sabemos sobre la confección del libro. Hay de fondo una clara preocupación por contar esa otra historia, la que omiten u ocultan los medios y las autoridades. Para Rodríguez Leija es importante otro tipo de reconstrucción. De ahí, que se haya planteado elaborar un proyecto de escritura a partir de la reunión y revisión de expedientes judiciales de feminicidios en Nuevo Laredo.
Dividido en cuatro apartados, la composición de esta propuesta literaria es híbrida y, como resultado de un tiempo pandémico, recurre a las videollamadas, mensajes de voz, WhatsApp, entre otras herramientas de comunicación. Encontramos verso, prosa, testimonios directos (por ejemplo, de Manuela, la mamá de Sandra), reflexiones, audiopoemas (enlaces hacia YouTube) y entrevistas; textos escritos en primera, tercera persona (víctimas), la voz de los familiares y la voz de la sociedad y del estado.
Se busca, además, la adecuación del lenguaje del Derecho penal, al lenguaje propio del libro. Si el primero busca sintetizar y economizar los acontecimientos, evitando el desbordamiento de obviedades; el segundo, fijando cada fotografía (la fijación es para la posteridad), por el contrario, desenmascara los patrones de la violencia, resignifica la marca de los surcos. Leamos: “En María el surco es un ahorcamiento, algo así como una abstracción de la fuerza mecánica que define una evolución temporal en su cuerpo. No se trata de un elemento escenográfico como lo enfundaría un reporte policiaco. Es un hundimiento de la superficie original, una maniobra tan primitiva que se oscurecerá expuesta a la temperatura ambiente: 98.6° Fahrenheit y con un cielo despejado. ¿Qué pasa con las marcas de los surcos? En el caso de María, la luz viva penetró la luz muerta y la fuerza contenida motivó la averiguación previa por el asesinato. Fue el surco de la sentencia a cuarenta años de prisión para Sergio "N" por feminicidio”.
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El libro es testimonio de las heridas y las tonalidades de la muerte. Veamos un par de ejemplos: 1. “Cuando se hace la inspección para ver las cavidades / volvemos otra vez a lo mismo / a la inserción de una radio encendida / en la cabeza de los niños / que saltan encima del ruido / diluido en el polvo de la habitación”. 2. Cuando el bulbo raquídeo empieza a sufrir / pasa un avión por encima de una silla / con todo y su evolución tórpida / y su consecuencia primaria / como un pájaro que rompe las rutas aéreas / Cuando un objeto es extraño al cuerpo se hunde el cráneo / y se abren las sepulturas de los niños”.
Y la muerte, como hecho cobarde, se desmorona. Aquí, vale destacar el epígrafe atinado con el que Cyntia abre el libro: “Miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuertes ya desmoronados / de la carrera de la edad cansados / por quien caduca ya su valentía”. En la última página del libro, la última triada de Francisco de Quevedo, pone de manifiesto el alma rendida, porque como la muerte, también se desmorona: “Vencida de la edad sentí mi espada, / y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte”.
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El lenguaje es una casa cerrada. ¿Para qué hablar de gritos, intimidaciones, amenazas, insultos, burlas, silencio, coacciones, palabras y gestos agresivos? Este lenguaje no cabe en las páginas de los periódicos ni en las averiguaciones previas y carpetas de investigación. Miremos de nuevo esta fotografía: “Derribaron la puerta principal. Los recibió un fuerte olor a gas. Encontraron a María en el interior de su domicilio. Así dicen las autoridades con parsimonia. No dicen la casa del portón blanco, la de la puerta roja, la de la calle ciega. Dicen: domicilio, arribar, la cual esto, la cual lo otro. Dicen: la del sospechoso. Dicen: se reporta, se localiza, se entrevistan, se trasladan, quien esto, quien lo otro, quien aquello, en dicho domicilio. María estaba tirada a un lado de su cama envuelta en una cobija. Vicente descubrió su rostro y supo que el gas no había sido. ¿Cómo podía ser?”.
¿Será este un sentimiento de silencio, injusticia e impunidad? Lo es, pero en el libro, cada testimonio se vuelve vital porque se dice lo indecible. Leamos: “Urgencias. Área de pediatría. Cama número 3. Lesiones en ambas manos. Laceraciones en ambos pómulos: a las 21 horas; en la frente, laceraciones, el 5 de septiembre de 2017; en la región nasal, sin causas naturales, por ventaja familiar; en los labios, en el desahogo probatorio, en el brazo izquierdo, por desnutrición; en la cara interior del brazo izquierdo, en una casa de interés social, en el antebrazo izquierdo; a los 42 días de nacida; en el pecho, en el silencio de tu madre, en los párpados, en la cuna de alfileres, en los glúteos, en los platos vacíos, en el estómago, en el policía que pregunta, en ambas piernas, en las trepidaciones del diablo, en la región dorsal, en el testimonio de tu hermana, en el tórax. Laceraciones que al nombrarte gritan; en la axila, en el hambre sobre la mesa, en el cuello, en tu parecido con papá. // ¿Qué tipo de poema es éste, Camila, donde las laceraciones te hierven por todo el cuerpo?”.
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Ni los rostros, ni los cuerpos de las víctimas se difuminan. El valor discursivo de este libro desestabiliza lo que se cree firme ya sea por error, torpeza o complicidad. La poeta escribe: “No averiguaron si la víctima presentaba algún trastorno de maltrato crónico / No verificaron si había una denuncia previa interpuesta por la víctima / No consideraron prudente (como indicio) recolectar la cobija que la cubría / El acusado presentaba intoxicación: ¿por el crack o por el gas? / Sí se le hicieron exámenes de sangre al acusado, pero el Ministerio Público no los llevó a juicio. […] / ¿Usted entendió la pregunta que le formuló la Defensa? / El testigo respondió: No”.
La
poesía, así como la literatura, tal como lo vemos en los libros mencionados en
este texto y en otros tantos que forman parte ya de este corpus, son eco. Junto
con Y no hallé cosa en dónde poner los ojos, de la escritora Cynthia
Rodríguez Leija, son un eco poderosísimo porque permite que cada caso
presentado rompa fronteras. Su espacio de protesta se magnifica e incide en otros
contextos, en otras experiencias derribando así la indiferencia, la impunidad,
que muchas veces, se presenta como una actitud generalizada. Y finalmente,
mirar al monstruo, atrapado en la desazón: “Bajo la cama encontraron la
extensión eléctrica y una lata de aluminio utilizada como pipa; en la cajonera
un frasco sintético con la leyenda Clonazepan. Me olvidaba mencionar que Sergio
también estaba ahí, balbuceaba, debajo de la cama, escondido como un monstruo
en la peor de las pesadillas”.
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