Si vuelvo a los días anteriores


A la fotografía de lo cotidiano agrego el elemento fuera de foco; una mancha, una sombra, o simplemente, lo gris del vacío. Así me siento. No estoy aquí, mi mente se ha volado hacia otra parte y lo que sucede a mi alrededor se escapa del lienzo. No veo, no escucho, me esfuerzo en mostrar la máscara de lo amigable. Si vuelvo a los días anteriores, si vuelvo a los meses, a los años, hay demasiada oscuridad sobre los objetos, sobre los rostros, sobre los gestos de las personas. 

Dejo que la vida se vaya en picada, si pudiera, dejaría también que las palabras se fueran hasta el fondo. Le digo a él que quiero irme antes, ser noche antes que él mientras las estrellas, como escribió Violette Leduc, me ven muerta. En La locura ante todo, escribió: “Miles de otros muertos, miles de estrellas nuevas, me miran, me ven muerta. Silencio, silencio. Yo marchaba junto al maíz y los girasoles, la luz me hería. El silencio, el sol, un escarabajo huía. Silencio de un botón de nácar en el sendero”. Deberíamos de volver a leer a Leduc.

El estaría a cargo de la ceremonia, de llevarme a descansar a la casa de Amelia. No sé si podría estar en la de él, llegar a tiempo y abrazar ese destino como quien lo hace ante el horizonte y sus montañas. Él tiene mayor fuerza. Por breves lapsos me siento parte del tiempo y su circunstancia; me envuelvo en el diálogo matutino, en la risa, en un chasquido, en una carcajada, allá a lo lejos, entre los muros de una oficina con las puertas cerradas. Me intereso por los adornos navideños que se han colocado en los pasillos, por el árbol de esferas rojas y amarillas que he puesto en casa y que los gatos han procurado pero sin hacerle daño. Me siento ¿normal?, o cuando menos, sin esa crisis de ausencia, sin esa crisis de vacío cuando los días y las noches son relámpagos y, apoyada en un simple bostezo, dejo pasar.  

¿Y si todo se tratara de emprender otro vuelo? Escucho la voz de Linda. ¿Otro vuelo? ¿a dónde? ¿es necesario? Allá sucedería lo mismo, lo que me encierra, lo que me convierte en agobio y rompe cualquier lazo que me une con el mundo. Ese lazo que me une a ti, Linda. Las palabras definitivas, son el vacío. 

Hablé con Elisa el fin de semana y le dije que comienzo a cambiar mi opinión sobre las terapias. Comienzo a creer en ellas, o bien, a considerar que necesito ayuda. Elisa es de la idea de que me atienda el psiquiatra, pero no estoy segura de acudir con uno u otro. Además ¡es tan poco! ¿qué le diría?: 

*La que soy no me sostiene. 
*El velo poderosísimo cubre las cosas, cubre el rostro de las personas que amo; el velo poderosísimo corta de tajo mi relación amigable con el mundo. 
*Si supieran cuánto huyo de la muerte y de la enfermedad de los otros. Me desafano y, si pudiera, arrojaría el ataúd y la camilla de los hospitales a la calle. Cerrada la puerta, dentro no sucede nada y la vida sigue su curso. Me gusta un poema de Gabriel Celaya que dice: “La vida que murmura. La vida abierta. / La vida sonriente y siempre inquieta. / La vida que huye volviendo la cabeza, / tentadora o quizá, sólo niña traviesa”. Celaya se refiere a otra vida, no a la mía, hecha a trompicones. 
*La madre, imposible de predecir. Excelente madre, pero despiadada.
*La infancia y sus huecos; la infancia y su falta de raíces. 
*Definitiva, cerrar los ojos. Si pudiera. 

"Haz la cita. No pierdes nada". Puede que Elisa tenga razón. 

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