Nos quedamos en el mismo sitio para luego desvanecernos


Hay momentos durante el día en que me gusta observar más allá del simple trajín. Momentos y espacios que considero míos y en los que nadie, ni la oscuridad del pensamiento o la incertidumbre, caben. Son espacios para respirar, para tomar fuerza, para retomar el rumbo. En ese éxtasis, descubrí en medio de la nada, la planta de la bugambilia. Iba rumbo a mi casa y, justo a mitad del camino, enclavada a unos metros del cementerio hay una planicie que representa de manera cabal al desierto. No hay absolutamente nada, sólo, en medio de ésta, el arbusto floreado en tonos violeta. Fue como una revelación y descubrir, en medio del sol candente de las tres de la tarde, un oasis. Si no hubiera desviado ligeramente la mirada de la carretera, lo que les cuento hubiera pasado desapercibido. 

¿Desde cuándo está la bugambilia ahí? Quizá tres años o cuatro, pero no, nunca la había visto. Caminamos por la vida dando vueltas. Es como si pretendiéramos avanzar, pero con los ojos cerrados. O, digámoslo de otra manera, las cosas avanzan y nosotros no. Nosotros nos quedamos en el mismo sitio para luego desvanecernos. ¿Esa idea de grandeza? ¿Esa idea de invencibilidad? ¿De dónde? Tenemos la urgencia de acabarnos en la vida cotidiana o en la oscuridad o en los fantasmas que nos llevan de un umbral a otro. Quien nos mira, como quien mira el arbusto de la bugambilia en la planicie del desierto, ¿ve nuestra luz aniquilando las noches desbocadas? ¿O lo contrario? Ojalá fuéramos el oasis de la bugambilia, ese corazón perfecto, su ritmo al aire libre, sus estertores giratorios.

Y así como la bugambilia descubro que en casa el huisache ha sobrepasado la azotea. Tanto tiempo sin salir al balcón, tanto tiempo sin mirar el cielo despejado, tanto tiempo de no sentir ese viento agradable que en contadas ocasiones nos sorprende. Como dije, intentar alcanzar la vida nos deja ciegos. En el desajuste, en el atropello, ese monstruo se traga la tranquilidad incalculable, las imágenes y las palabras magnéticas. No somos inmunes. Ojalá lo fuéramos. Poco a poco nos apretamos en la sombra.  

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