Vacío, vacío, vacío

Regresamos a la escuela. Sólo los maestros. La idea: realizar las pruebas necesarias para lo que viene: las clases semipresenciales no obligatorias. Sí, a los jóvenes se les dará la oportunidad de elegir si vienen o no al salón de clase, lo que me parece correcto. Muchos padres de familia, tienen la dinámica establecida en casa y moverlos, por tan solo tres o cuatro semanas, parece absurdo, más si hablamos de niveles como preparatoria o universidad. El cierre del este ciclo escolar está a la vuelta de la esquina. Pero no quiero referirme a ello sino al cúmulo de ideas que este día ha generado.
  1. Se extraña la energía de los alumnos, sus voces, el parloteo en los pasillos, en la explanada. Sólo está el mobiliario. Mientras escribo esto, estoy frente a las sillas que alguna vez estuvieron llenas. Todo está perfectamente limpio, pero ¿qué resulta de esto? Un salón sin voces, sordo; un salón al que le han arrebatado todas las huellas.
  1. La nueva forma de compartir conocimientos, en realidad, es un camino inexplorado. Hasta hoy, no hay fórmulas, no hay recetas. Vamos a tropezar, vamos a caer, es lo más seguro. Y el avance que se tenga en toda esta carrera del saber, va en dos sentidos: la contribución/participación/ colaboración del maestro-docente-catedrático-facilitador y los alumnos. Pero no sólo eso, cuando hablamos de sincronía, entran en juego mucho más factores: el entorno jurídico-político y axiológico-social, la tarea docente académica y educativa, los componentes de la institución escolar y, por supuesto, la familia. Este tema realmente merece un estudio riguroso y profundo. Estamos una vez más frente a un nuevo escenario.
  1. Las ventanas siempre han sido mi obsesión. Mirar a través de ellas, reconocer y reconocerme como parte del mundo, es parte de mi asombro, el nuevo cristal de todos los días. Sin embargo, esa ventana ha cambiado en el último año. No es posible hablar de la misma luz ni de la misma certeza. Difícil para unos, más fácil para otros, pero la vida, ese atado de senderos, nos lleva por una ruta cada vez más inestable. Nunca volveremos a sentir la tierra fija debajo de nuestros pies. Uso la metáfora del sismo para compartirles la sensación de lo que no es seguro, de lo que se puede caer en cualquier momento. La vida es frágil como el tiempo. La arrogancia es lo que menos cabe ahora. ¿Cómo, entonces, podemos mostrarnos firmes, certeros, confiados, ante nuestros alumnos? Como ellos, ignoramos los nudos, las hendiduras, las crepitaciones a las que poco a poco nos acercamos.
  1. El país, quisiera no hablar de mi país pero cómo pasar por alto el espectáculo. El daño está hecho. Niños y jóvenes entienden que la política es show y como tal, todo se vale. Sí, todo se vale. Hay para cada problema una realidad alterna u otros datos o la perversión y el odio de quienes desean destruir “los modelos de desarrollo de la 4T”. Nunca se había odiado tanto el trabajo de los periodistas, nunca tanto el trabajo de las organizaciones civiles, nunca el trabajo de quienes somos creadores y gestores culturales. La lista es larga y me desmorona hacer el recuento. Cuando debemos de ser una única fuerza ante los embates de la pandemia, cuando debemos ser un milagro, se nos coloca una lápida sobre los hombros. El pueblo, realmente no importa, menos sus plegarias, los montones de cuerpos y cenizas arrojadas a la orilla de las brechas. El porvenir se vuelve insignificante cada vez. No hay corazón y en ese hueco, en esa mancha, estamos nosotros frente a un aula de clase que poco a poco, en esta “nueva normalidad”, se llenará de alumnos. ¡Que venga la luz y se derrame en certezas!

Apagaré la computadora. Poco a poco se irá este dolor, esta impotencia en donde el aire se vuelve denso. Dejaré que la carretera me lleve, como cuando de niña, los caminos largos en auto, transformaban los instantes.

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