Breves apuntes sobre los colibríes



A mi marido le encantan los colibríes. No lo había notado hasta que hace algunos meses, mi hijastra sugirió que derribáramos el árbol que se levanta al frente de nuestra casa. Mi marido echo el grito al cielo, unido al mío, y dijo que no: ¡hija, el árbol se queda! ¿A dónde irán los colibríes después? Cuando adoptamos la planta no sabíamos bien qué era. Nos dijeron que era un arbusto, pero para ser arbusto, insisto, me parece muy crecido. Después de un tiempo encontramos su nombre en internet: Planta tronadora. Arbusto de color verde, en contraste con flores amarillas, decía. Tendrían que estar aquí mis abuelas o mis tías para sacarnos de dudas. Tal vez mi suegra. ¿Por qué no le preguntamos a mi suegra? ¿Sería bueno saber si estamos en lo correcto?

La conversación ahí se detuvo y volvió a resurgir con la sentencia: ¡Derríbenlo! Nos quedamos fríos, aunque era entendible el coraje de mi hijastra. Aquí, en esta ciudad, todo puede causar alergias muy agudas. Pero no, no lo derribamos. A los pocos días, la presencia del colibrí. ¡Qué maravilla!, dijimos, y lo contemplamos sin movernos, casi sin respirar. La mente es prodigiosa y hace sus conexiones. Los versos comenzaron a surgir: “Volante chispa de agua, / incandescente gota de fuego americano, / resumen encendido de la selva, / arco iris de precisión celeste: / al picaflor un arco, / un hilo de oro, / una fogata verde!…” ¿En qué piensas, me preguntó mi marido? En un poema de Pablo Neruda. ¿Tú? En cómo puede el hombre, como especie, ser terrible ante la maravilla.

El colibrí se quedó un breve lapso de tiempo, se desplazó rápidamente por entre las flores, hasta que desapareció como una flecha de fuego emplumado. El día se cortó, se volvió tan pequeño como la vida misma del ave. Así es la infancia, así fueron mis seis o siete años.

En el jardín, al lado del ciruelo, creció la planta extraña, sus flores eran una especie de cepillo rojo. La llamamos “Pelusa” porque pese a su aspecto burdo, si tocaba las espigas, eran muy suaves. Mi madre decía que era tan suave como un cepillo de dientes. No era muy alta, pero sí frondosa como para que llegaran mariposas, abejas, colibríes… a alimentarse de sus estambres color rojo. Dame colibríes, le decía, y los colibríes llegaban poco a poco; dame más sol, y el sol, se repetía en estas aves llamadas “Gemas de la naturaleza”.

Hay episodios de la vida que se borran y resurgen con una fuerza mágica. Este, al que hago referencia, es uno de ellos. Mi infancia estuvo poblada de colibríes. Y ¿qué pasó después? ¿Será que, con el paso de los años, uno se niega a vivir? ¿Qué o por qué se apagan los sentidos? ¿La rutina? ¿El cansancio? ¿La apatía? ¿El afán de refugiarnos en necesidades brutas? Fue desgarrado el velo; la oscuridad que inexplicablemente horroriza se partió como una nuez. Recuperada la epifanía retomo la presencia de los colibríes en algunos poemas o fragmentos de escritoras y escritores mexicanos. La selección es sucinta, como si se tratara de breves pinceladas. Por ello, sus aportaciones son bienvenidas. Nota: el sitio no me permite el acomodo original de los poemas.

LORENA VENTURA

El viento era una oleada de cristales rotos
que un ángel
—apresurado por la niebla
levantaba.
La tarde: un tumulto de estrellas imprecisas.
Para quien el amor es un colibrí dormido entre sus manos.
Para los murciélagos
— hojarasca de la noche
en cuya piel la luna resuena.

KENIA CANO

Pero no será mi cuerpo
sino el nuestro,
nuestro cadáver compartido,
la alianza final en la que sí hablaremos,
el polvo generoso de las uniones,
el lenguaje cumplido de las larvas.
No habrá sido inútil amarnos de algún modo,
el imperfecto,
el punto en que no comunican nada los zanates
y el colibrí se pasma de igual modo
frente a la flor que no desea comprender.

ELSA CROSS

Viene tu brisa cubriendo el clima entero…
… Trastornas lo que tocas,
vas vistiéndolo todo de verdura,
vas dejando en manchas coloridas
flores tantas
que apenas se adivinan.
Y quién podría
-aun sabiendo tu poder de muerte-,
quién podría fulminar
al deseo escondido
en cada hoja,
en cada colibrí?

ROBERTO VALLARINO
ACORDE

Cierras los ojos
y el colibrí te observa
hasta en su vuelo
Abres las piernas
y tu cuerpo de pájaro
me inventa
(Yo soy la jaula abierta)

VÍCTOR TOLEDO
EN EL MURO DEL AIRE

En el muro del aire
del silencio, de la voz
escribió murmurando
un mensaje el colibrí:
Entre el ser y la nada
yo soy acto de Presencia.
Frágil no es mi fortaleza
pues bañada por el mar
sostengo la realidad.
Ágil águila de luz
graffitis de pez altísimo
tatuajes de lo invisible
que en el agua del cristal
en ese muro de viento
lo muerto se quede mudo
y la voz al otro lado
al fin revele el secreto.

ERNESTO LUMBRERAS
UN MUCHACHO EN LA HIERBA

En el prado de la perversión, de cara al cielo, reanuda su heroísmo. Ambidiestro de mañas, lo fortalece el silabario de llegar antes que nadie.

Párroco de cabras, ensaliva el bastión hasta escaldarse: agudo trombón conteniéndose en un brote de pólvora. Bebe del pezón solar, saturado del vértigo de un pescador de esponjas, maravillado y aturdido en las profundidades.

Repasa el corolario de fisgón, inspirándose con la mirada en blanco. Se vuelca con premura de colibrí tras el surtidor consuetudinario. Arremete el pedaleo de montaña, atisba la serenidad entre silbos. Respira hondo, solícito a su muerte momentánea.

JULIO TRUJILLO
ELLA Y ÉL

A tal velocidad bates tus alas
que no se ven,
que parecieras no moverte, piedra.
Cargas el peso de los siglos,
el moho escribe en ti
los más viejos vocablos, colibrí.

ROBERTO LÓPEZ MORENO

/ Chupaflor / U minia iest balshaia paquilistli / Fue en Cuernavaca: / de pronto, en el centro de la esfera calcinante, / se abrió a los ojos deslumbrados, / suspendida en el aire, / una flor con alas, / nerviosa, tornasoleada, / sostenida apenas / por los invisibles hilos del misterio. / ¿De cuántas muertes vienes, Colibrí? / De cuánta vida tú, / que has navegado por los siete cielos. / 

OCTAVIO PAZ
LA EXCLAMACIÓN

Quieto
        no en la rama
en el aire
            No en el aire
en el instante
                  el colibrí. 

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