Nací
en el mes de septiembre de 1976. Cuando fui a investigar sobre ese pasado al
Hospicio Cabañas de la ciudad de Guadalajara (ahora Centro Cultural Cabañas), ya
no había registros de mi nacimiento. Mi cumpleaños lo festejamos el 16, una
decisión de familia y que coincide con el cumpleaños de mi papá. Como dice: doble
fiesta, doble tornafiesta.
Ahora
no recuerdo el nombre de quien nos atendió, que a pocos días de jubilarse, dijo
recordar aquella anécdota que cuenta la familia: «cuando viste a tu papá (a
quien sería mi papá), te abrazaste a su cuello y no lo soltaste». Tuvimos que
separarte con fuerza, me dice, y a partir de ahí, la historia de la infancia
una vez más se pierde. Recorrí con ella el hospicio, pero el lugar es muy
distinto al de mis sueños. En los sueños, hay pasillos largos, oscuros; lo que
veía en ese momento, tenía mucha luz. Demasiada. Niños iban y venían por los
cuartos y me pedían dulces. «No les des, después se acostumbran y no se les podemos
dar siempre», me dice la mujer de lentes grandes y cabello blanco. Me explica
la dinámica del lugar, las oportunidades que tienen de edificar una nuevas vidas.
Hay niños que llegan de muchos lugares, niños con diversas historias, niños violentados,
niños abusados. «No recuerdo cómo llegaste ni por qué». Miente y se le atoran las
palabras. No importa, el expediente que tengo explica esa parte. “De lo que sí
me acuerdo, retoma, es de aquellas cosas que te gustaban. A los juguetes grandes
los suplías con cajitas de chiclets que hacías sonar hasta que te quedabas
dormida”. Y aquí, una vez más, se entrelaza la historia: mi padre y yo jugando
a empujar piedritas con el zapato mientras caminábamos; mi padre y yo juntando
cajas de cerillos en hileras larga como si se tratara de un tren infinito; mi
padre y yo, brincando como los gatos.
No he vuelto al hospicio y no lo haré.
Hay preguntas que siempre quedarán como palomas en el aire, sin destino, sin
días o noches para descansar de la búsqueda infructuosa. Es un capítulo que se
cerró hace mucho tiempo y que ahora revivo con el fin de celebrar la presencia
de mi padre, de mi madre. Los padres son los que educan, y yo tuve unos, que en
esa contradicción de la que hablaba, fueron maravillosos. Como dije, mi madre y
mi padre, como tantos padres que buscan sobrevivir y dar lo mejor de ellos a
sus hijos. Si se equivocaron, aún hay tiempo para corregir, no solo ellos,
también nosotros. La vida vuelve a ser la vida, se desvanecen las sombras, se
iluminan los sueños. En cualquier caso, soy feliz.
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