Si me detengo, el hechizo se va


Cuando surge la idea de algo, porque a veces realmente no tengo una idea clara de lo que será aquello a lo que me aproximo, no dejo de escribir. Si me detengo, el hechizo se va. No pienso si están bien escritas las palabras, o si estoy logrando la imagen, la metáfora... Simplemente me suelto, me dejo llevar por aguas a veces muy mansas, a veces muy tumultuosas. Sí, tiemblo, la escritura arranca la máscara y los atuendos que son estrategia de la mentira. Escribo porque necesito escribir, arrojar del vientre, del alma. ¿Qué? El miedo, la esperanza, algún secreto, el terreno minado de la inocencia. Aunque no quiera, aunque intente cerrar la puerta al drama de aquella otra persona que fui, no me detengo hasta quedar vacía. O dicho de otro modo, hasta que la escritura se instala en el vacío, tal como lo dice Lispector. Tiemblo, y más, cuando tomo esa escritura y sé que no puedo dejar la vista hendida a todo. Reconfiguro entonces un texto en donde desaparezco yo y se hace presente el sujeto del poema.


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Foto de fotografierende en Pexels

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