Me
he dado cuenta que tengo cierta torpeza al hablar. Las ideas se van o las expreso
al revés o, mejor dicho, como si se tratara de un hipérbaton (alteración del orden sintáctico que se considera habitual y
lógico de las palabras de una oración).
Sabía que sólo en la lectura presentaba inconvenientes como, por ejemplo,
cambiar una palabra por otra, o una línea por otra. Comencé a grabar una serie
de audios sobre poesía y en ellos, es evidente lo que ahora describo. Opté
por hacer un guion previo a cada programa para así contrarrestar los equívocos,
sin embargo, no me ha funcionado. Hay pues, de manera metafórica, una especie
de pérdida.
La escritura, y me consuela pensar
lo que expongo a continuación, está muy cercana a la pérdida. Si conociéramos o
tuviéramos todo del mundo, no escribiríamos; si conociéramos o tuviéramos todo del
universo, del otro, de nosotros mismos, sinceramente no escribiríamos. ¿Para qué?
Hugo Mujica comentó en alguna entrevista lo siguiente:
“Escribo para saber”, es decir, para tener conocimiento de, para aproximarse,
para buscar en los espacios recónditos de la oscuridad y del vacío, una
respuesta. Entonces lo que me ocurre nada tiene que ver con una pérdida, un
deterioro o una maldición. Trastocada la estructura sintáctica de la oración, su
significado vuela, hacia todas direcciones. Los ojos, por su parte, me ofrecen otra
grandiosidad: cortado el texto, alterado, disfrazado o transfigurado me da la oportunidad de ver esa otra realidad como es. Hablo de otra
intuición.
Me consuela pensar que todo tiene
una justificación poética. O simplemente, más allá de la definición clínica, algo
que se quiere decir o, ya se ha dicho, una vez cruzado el umbral.
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